Page 247 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-Pues si eso es así -dijo Sancho-, ¿cómo hace vuestra merced que todos los que vence por su brazo se
vayan a presentar ante mi señora Dulcinea, siendo esto firma de su nombre que la quiere bien y que
es su enamorado? Y siendo forzoso que los que fueren se han de ir a hincar de finojos ante su
presencia, y decir que van de parte de vuestra merced a dalle la obediencia, ¿cómo se pueden
encubrir los pensamientos de entrambos?
-¡Oh, qué necio y qué simple eres! –dijo don Quijote-. ¿Tú no ves, Sancho, que eso todo redunda en
su mayor ensalzamiento? Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es gran honra
tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se extiendan más sus
pensamientos que a servilla por sólo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y
buenos deseos sino que ella se contente de acetarlos por sus caballeros.
-Con esa manera de amor -dijo Sancho- he oído yo predicar que se ha de amar a Nuestro Señor, por
si sólo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena. Aunque yo le querría amar y servir
por lo que pudiese.
-¡Válate el diablo por villano -dijo don Quijote-, y qué de discreciones dices a las veces! No parece
sino que has estudiado.
-Pues a fe mía que no sé leer –respondió Sancho.
En esto les dio voces maese Nicolás que esperasen un poco; que querían detenerse a beber en una
fontecilla que allí estaba. Detúvose don Quijote, con no poco gusto de Sancho, que ya estaba
cansado de mentir tanto y temía no le cogiese su amo a palabras; porque, puesto que él sabia que
Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida.
Habíase en este tiempo vestido Cardenio los vestidos que Dorotea traía cuando la hallaron, que
aunque no eran muy buenos, hacían mucha ventaja a los que dejaba. Apeáronse junto a la fuente, y
con lo que el cura se acomodó en la venta satisficieron, aunque poco, la mucha hambre que todos
traían.
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