Page 242 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Capítulo 31: De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza su

                  escudero, con otros sucesos

                  -Todo eso no me descontenta; prosigue adelante -dijo don Quijote-. Llegaste, ¿y qué hacia aquella

                  reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna

                  empresa con oro de cañutillo, para este su cautivo caballero.


                  -No la hallé -respondió Sancho- sino ahechando dos hanegas de trigo en un corral de su casa.

                  -Pues haz cuenta -dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de

                  sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿era candeal, o trechel?

                  -No era sino rubión -respondió Sancho.


                  -Pues yo te aseguro -dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos, hizo pan candeal, sin duda

                  alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, ¿besóla? ¿Púsosela sobre la cabeza? ¿Hizo
                  alguna ceremonia digna de tal carta, o qué hizo?


                  -Cuando yo se la iba a dar –respondió Sancho-, ella estaba en la fuga del meneo de una buena parte

                  de trigo que tenía en la criba, y díjome: «Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal; que no la puedo

                  leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está.»

                  -¡Discreta señora! -dijo don Quijote-. Eso debió de ser por leerla despacio y recrearse con ella.

                  Adelante, Sancho. Y en tanto que estaba en su menester, ¿qué coloquios pasó contigo? ¿Qué te

                  preguntó de mi? Y tú, ¿qué le respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero una

                  mínima.

                  -Ella no me preguntó nada -dijo Sancho-; mas yo le dije de la manera que vuestra merced, por su

                  servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba, metido entre estas sierras

                  como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba,

                  llorando, y maldiciendo su fortuna.









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