Page 190 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
P. 190

que me pareció que procuraba decirme. Quedé admirado deste nuevo accidente, hasta allí jamás en

                  ella visto, porque siempre nos hablábamos, las veces que la buena fortuna y mi diligencia lo

                  concedía, con todo regocijo y contento, sin mezclar en nuestras pláticas lágrimas, suspiros, celos,

                  sospechas o temores. Todo era engrandecer yo mi ventura, por habérmela dado el cielo por señora:

                  exageraba su belleza, admirábame de su valor y entendimiento. Volvíame ella el recambio, alabando
                  en milo que, como a enamorada, le parecía digno de alabanza. Con esto nos contábamos cien mil

                  niñerías y acaecimientos de nuestros vecinos y conocidos, y a lo que más se extendía mi

                  desenvoltura era a tomarle, casi por fuerza, una de sus bellas y blancas manos, y llegaría a mi boca,

                  según daba lugar la estrecheza de una baja reja que nos dividía. Pero la noche que precedió al triste

                  día de mi partida ella lloró, gimió y suspiró, y se fue, y me dejó lleno de confusión y sobresalto,
                  espantado de haber visto tan nuevas y tan tristes muestras de dolor y sentimiento en Luscinda; pero

                  por no destruir mis esperanzas, todo lo atribuí a la fuerza del amor que me tenía y al dolor que suele

                  causar la ausencia en los que bien se quieren. En fin, yo me partí triste y pensativo, llena el alma de

                  imaginaciones y sospechas, sin saber lo que sospechaba ni imaginaba; claros indicios que me

                  mostraban el triste suceso y desventura que me estaba guardada.

                  Llegué al lugar donde era enviado; di las cartas al hermano de don Fernando; fui bien recebido, pero

                  no bien despachado, porque me mandó aguardar, bien a mi disgusto, ocho días, y en parte donde el

                  duque su padre no me viese, porque su hermano le escribía que le enviase cierto dinero sin su

                  sabiduría; y todo fue invención del falso don Fernando, pues no le faltaban a su hermano dineros

                  para despacharme luego. Orden y mandato fue éste que me puso en condición de no obedecerle, por

                  parecerme imposible sustentar tantos días la vida en el ausencia de Luscinda, y mas habiéndola
                  dejado con la tristeza que os he contado; pero, con todo esto, obedecí, como buen criado, aunque

                  veía que había de ser a costa de mi salud. Pero a los cuatro días que allí llegué, llegó un hombre en

                  mi busca con una carta, que me dio, que en el sobrescrito conocí ser de Luscinda, porque la letra dél




                  era suya. Abrila, temeroso y con sobresalto, creyendo que cosa grande debía de ser la que la había

                  movido a escribirme estando ausente, pues presente pocas veces lo hacia. Preguntéle al hombre,

                                             Portal Educativo EducaCYL
                                              http://www.educa.jcyl.es
   185   186   187   188   189   190   191   192   193   194   195