Page 189 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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efeto. A todo esto me respondió don Fernando que él se encargaba de hablar a mi padre y hacer con
él que hablase al de Luscinda.
¡Oh Mario ambicioso, oh Catilina cruel, oh Sila facinoroso, oh Galalón embustero, oh Vellido
traidor, oh Julián vengativo, oh Judas codicioso! Traidor, cruel, vengativo y embustero, ¿qué
deservicios te había hecho este triste, que con tanta llaneza te
descubrió los secretos y contentos de su corazón? ¿Qué ofensa te hice? ¿Qué palabras te dije, o qué
consejos te di, que no fuesen todos encaminados a acrecentar tu honra y tu provecho? Mas ¿de qué
me quejo, ¡desventurado de mi!, pues es cosa cierta que cuando traen las desgracias la corriente de
las estrellas, como vienen de alto abajo, despeñandose con furor y con violencia, no hay fuerza en la
tierra que las detenga, ni industria humana que prevenirlas pueda? ¿Quién pudiera imaginar que
don Fernando, caballero ilustre, discreto, obligado de mis servicios, poderoso para alcanzar lo que el
deseo amoroso le pidiese dondequiera que le ocupase, se había de enconar, como suele decirse, en
tomarme a mí una sola oveja, que aún no poseía? Pero quédense estas consideraciones aparte, como
inútiles y sin provecho, y añudemos el roto hilo de mi desdichada historia.
Digo, pues, que pareciéndole a don Fernando que mi presencia le era inconveniente para poner en
ejecución su falso y mal pensamiento, determinó de enviarme a su hermano mayor, con ocasión de
pedirle unos dineros para pagar seis caballos, que de industria, y sólo para este efeto de que me
ausentase (para poder mejor salir con su dañado intento), el mesmo día que se ofreció a hablar a mi
padre los compró, y quiso que yo viniese por el dinero. ¿Pude yo prevenir esta traición? ¿Pude, por
ventura, caer en imaginarla? No, por cierto; antes con grandísimo gusto me ofrecí a partir luego,
contento de la buena compra hecha. Aquella noche hablé con Luscinda, y le dije lo que con don
Fernando quedaba concertado, y que tuviese firme esperanza de que tendrían efeto nuestros buenos
y justos deseos. Ella me dijo, tan segura como yo de la traición de don Fernando, que procurase
volver presto, porque creía que no tardaría más la conclusión de nuestras voluntades que tardase mi
padre de hablar al suyo. No sé qué se fue, que en acabando de decirme esto se le llenaron los ojos de
lágrimas y un nudo se le atravesó en la garganta, que no le dejaba hablar palabra de otras muchas
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