Page 184 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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ella bastante a sacarle de aquel lugar, sin que ellos se pusiesen en tanto trabajo. Parecioles bien lo
que Sancho Panza decía, y así determinaron de aguardarle, hasta que volviese con las nuevas del
hallazgo de su amo.
Entróse Sancho por aquellas quebradas de la sierra, dejando a los dos en una por donde corría un
pequeño y manso arroyo, a quien hacían sombra agradable y fresca otras peñas y algunos árboles
que por allí estaban. El calor, y el día que allí llegaron, era de los del mes de agosto, que por aquellas
partes suele ser el ardor muy grande; la hora, las tres de la tarde: todo lo cual hacía al sitio más
agradable, y que convidase a que en él esperasen la vuelta de Sancho, como lo hicieron.
Estando, pues, los dos allí, sosegados y a la sombra, llegó a sus oídos una voz, que, sin acompañarla
son de algún otro instrumento, dulce y regaladamente sonaba, de que no poco se admiraron, por
parecerles que aquel no era lugar donde pudiese haber quien tan bien cantase. Porque aunque suele
decirse que por las selvas y campos se hallan pastores de voces extremadas, más son
encarecimientos de poetas que verdades; y más cuando advirtieron que lo que oían cantar eran
versos, no de rústicos ganaderos, sino de discretos cortesanos.
Y confirmó esta verdad haber sido los versos que oyeron éstos:
¿Quién menoscaba mis bienes?
Desdenes.
Y ¿quién aumenta mis duelos?
Los celos.
¿Y quién prueba mi paciencia?
Ausencia.
De ese modo, en mi dolencia
ningún remedio se alcanza,
pues me matan la esperanza
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