Page 180 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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trasladalla a su tiempo. Tornóla a decir Sancho otras tres veces, y otras tantas volvió a decir otros
tres mil disparates. Tras esto, contó asimesmo las cosas de su amo; pero no habló palabra acerca del
manteamiento que le había sucedido en aquella venta en la cual rehusaba entrar. Dijo también
cómo su señor, en trayendo que le trujese buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso, se había
de poner en camino a procurar cómo ser emperador, o, por lo menos, monarca; que así lo tenían
concertado entre los dos, y era cosa muy fácil venir a serlo, según era el valor de su persona y la
fuerza de su brazo; y que en siéndolo, le había de casar a él, porque ya sería viudo, que no podía ser
menos, y le había de dar por mujer a una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande
estado de tierra firme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería.
Decía esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tan poco
juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente había sido la locura de don
Quijote, pues había llevado tras si el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse es sacarle
del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle
en él, y a ellos les seria de más gusto oír sus necedades. Y así, le dijeron que rogase a Dios por la
salud de su señor; que cosa contingente y muy agible era venir con el discurso del tiempo a ser
emperador, como él decía, o, por lo menos, arzobispo, u otra dignidad equivalente.
A lo cual respondió Sancho:
-Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera que a mi amo le viniese en voluntad de no ser
emperador, sino de ser arzobispo, querría yo saber agora: ¿qué suelen dar los arzobispos andantes a
sus escuderos?
-Suelenles dar -respondió el cura- algún beneficio, simple o curado, o alguna sacristanía, que les
vale mucho de renta rentada, amén del pie de altar, que se suele estimar en otro tanto.
-Para eso será menester -replicó Sancho- que el escudero no sea casado, y que sepa ayudar a misa,
por lo menos; y si esto es así, ¡desdichado de yo, que soy casado y no sé la primera letra del abecé!
¿Qué será de mi si a mi amo le da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre
de los caballeros andantes?
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