Page 178 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Conociólos luego Sancho Panza y determiné de encubrir el lugar y la suerte donde y como su amo

                  quedaba; y así, les respondió que su amo quedaba ocupado en cierta parte y en cierta cosa que le era

                  de mucha importancia, la cual él no podía descubrir, por los ojos que en la cara tenía.

                  -No, no -dijo el barbero-, Sancho Panza, si vos no nos decís donde queda, imaginaremos, como ya

                  imaginamos, que vos le habéis muerto y robado, pues venís encima de su caballo. En verdad, que

                  nos habéis de dar el dueño del rocín, o sobre eso, morena.

                  -No hay para qué conmigo amenazas, que yo no soy hombre que robo ni mato a nadie; a cada uno

                  mate su ventura, o Dios, que le hizo. Mi amo queda haciendo penitencia en la mitad desta montaña,

                  muy a su sabor.


                  Y luego, de corrida y sin parar, les contó de la suerte que quedaba, las aventuras que le habían
                  sucedido, y cómo llevaba la carta a la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo

                  Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados. Quedaron admirados los dos de lo que

                  Sancho Panza les contaba; y aunque ya sabían la locura de don Quijote y el género della, siempre

                  que la oían se admiraban de nuevo. Pidiéronle a Sancho Panza que les enseñase la carta que llevaba

                  a la señora Dulcinea del Toboso. El dijo que iba escrita en un libro de memoria, y que era orden de

                  su señor que la hiciese trasladar en papel en el primer lugar que llegase; a lo cual le dijo el cura que
                  se la mostrase; que él la trasladaría de muy buena letra. Metió la mano en el seno Sancho Panza,

                  buscando el librillo, pero no le halló, ni le podía hallar si le buscara hasta agora, porque se había

                  quedado don Quijote con él, y no se le había dado, ni a él se le acordó de pedírsele.


                  Cuando Sancho vio que no hallaba el libro, fuésele parando mortal el rostro; y tomándose a tentar
                  todo el cuerpo muy apriesa, tomó a echar de ver que no le hallaba, y, sin más ni más, se echó

                  entrambos puños a las barbas, y se arrancó la mitad de ellas, y luego, apriesa y sin cesar, se dio

                  media docena de puñadas en el rostro y en las narices, que se las bañó todas en sangre. Visto lo cual

                  por el cura y el barbero, le dijeron que qué le había sucedido, que tan mal se paraba.

                  -¿Qué me ha de suceder -respondió Sancho-, sino el haber perdido de una mano a otra, en un

                  estante, tres pollinos, que cada uno era como un castillo?



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