Page 184 - Autobiografia de mi Madre v.2
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cuales conocía, pero no podía condenarle p or eso; ¿aca adiós amistoso. O sentarse en una habitación a solas,
so no es habitual creer en idea� -e incluso dar 1a vida creyéndose a sotas� permitiendo que el espíritu busque
por esas ideas- cu y o ori g en se debe a personas que un lugar en el que descansar sin encontrarlo (pues tal
nuncñ. podrías conocer y nunca conocerás? Eta un he lugar no existe, sólo en la muerte, únicamente hay un
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redero, y como le sucedía a toda la gente como él, el sueño sin sueños) . . esas manifesraClones de la verdad
origen de su herencia suponía una carga. No era u n reflejadas en el rostro ) o en la disposíción misma del
hombre i g norante, tenía sentido d e l a j u sticia, sentido cuerpo.
de lo que estaba bien y lo que estaba mal. Era incluso ¿Quién p uede olvidar? Ese hombre con el que viví
un hombre de cierta valentía; era ca p az de con<lenai-se durante muchos años, y sin cuya presencia viviría des
n si mismo. Pero condenarte a ti 1nlsmo equivale a per p ués aún mucho tiempo > reunía en torno a él dív·ersas
donarte, y perdonarte tus propios pecados contra otras cosas. A lo lar g o de su vida, por tradición, había llega
personas no es un derecho que nadie pueda reclamar. do a convencerse de derta verdad, y esa verdad estaba
Antes de casamos y hasta poco tiempo después de basada en la de g radación, de forma q ue sólo a q uello
casarnos, vivíamos en la capltai de Dominica, Roseau. que sobrevivía mercda ser considerado con10 algo
En sitios como Roseau ha y guerras, se fü,ran batallas, digno de respeto. y los que eran como él habían
pero n.o hay victorias, sólo treguas, sólo un <:ha.ita 1a sobrevivido hasta entonces. Observaba la tierra en la
próxima vez''. Nos marchamos de Roseau con un es q ue vivfa, tomaba decisiones, sus decisiones se limita
tado de ánimo, una tranquilidad casi djviná ) pues fue ban a lo que le gustaba, a su idea de lo que podía ser
un acto que estaba por encima de la reflexión y de lo bello, y lue go a lo que ya era bello. Lim p iaba la tierra;
im pulsivo. Nos miidamos a u n lugar que estaba a nada de lo q ue crecía en ella le interesaba lo más míni
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mucha altura en a s montañas, aunque no en la cima de mo. La inflorescencia de esto, deda, no era significativa;
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la montafia más afta. Estábamos hastiados; estábamos y pronundaba la p alabra "inflorescencia con tál auto
hastiados de ser nosotros, hastiados de nuestros pro ridad que se hubiera dicho que era él mismo qufr:n
pios legados. Él me veneraba, me amaba; el hecho de había creado inflorescencias, lo que me hacía reír rnn a
que no se lo p idiera no hada más q ue acentuar sus gusto que por un mo1ncnro pcrdfa conciencia de mi
sentimientos hacia mí. Pensaba que yo le hacía olvidar propia existencia. Encolaba láminas de cristal para fa
el pas do; él no tenía futuro, quería vivir sólo d pre� bricar cajas en !as que metía un la rto, un cangrejo
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sente, cada dfa cm sólo aquel dfa, cada momento a q uel cuyo hábitat natural era la tierra ... no el mar ? tampoco
momento nada más. Pero ¿quién puede olvidar real ambas cosas� sólo la tierra; meda en una caja de cristal
mente el pasado? No puede hacerlo el vencedor, y una tortuga cuyo hábitat natural era la tierra, no el 1nar 1
tam poco el vencido, pues aun cuando estén prohibi tampoco ambas cosas, sólo la tierra; metía en una caja
das las palabras, la memoria tiene otras maneras de de cristal una pequeña rana tras otra; todas morían,
traicionarnos: el desencuentro de las miradas, el movi congeladas en esa actitud de coral inmovilidad que ado p
miento de la mano que significa exactamente lo tan de forma natural ias ranas para despistar a sus
contrario de un saludo amistoso de bienvenida o un enemigos. Elaboraba largos listados bajo el encabe-
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