Page 162 - Autobiografia de mi Madre v.2

que le agradecieran sus favores, y cogió encantado aquel recompensas de las gue nunca podría disfrutar, aun­
huevo -era marrón con motas de un marrón más os­
curo-� pero no hizo una tortilla ni ningún otro plato
con él, sino que lo puso bajo una gallina, otra gallina
que pertenecía a su madre, para que lo incubara junto
con otros huevos, y cuando Jos polluelos rompieron eI
cascarón, reclamó uno de ellos como suyo. Aquel po­
lluelo se convirtió en una ga.IJína y puso huevos, y esos
huevos fueron incubados y se convfrdcrún en gallinas,
y esas gallinas pusieron 1nás huev(>S y así sucesivamen­ mi padre, era el lienzo en el gue estaba pintado. Y o
te, un e.ido sin fin sóJo interrumpldo por la venta de
algunos huevos y algunas gallinas, a cambio de los cua­
les conseguía un beneficio que se traducía en cuartos
de penique, medios peniques y peniques. Después de
a,¡ucllo nunca comió huevos (no en todo el tiempo
que yo le conodJ ; después de aquello nunca comió
pollo (no en todo cl tiempo que yo le conocí), limitán­
dose a acumular el cobre rojo del dinero y a lustrarlo
hasta gue le sacaba brillo para luego dárselo a su ma­
dre, quien lo metía en un calcetín viejo que guardaba
día Y noche en la pechera. Cuando su padre decidió
visitar su tierra nata1 y emprendió el viaje de regreso a
Escocia, luego se dijo que había acabado naufra¡, ,ando
)' pereciendo ahog ado en el mar, mi padre le dio a su
padre los beneficios que había obtenido a partir de
aquel primer huevo: un regalo. Se había convertido en
� na enorme cantidad, suficiente para comprar tc1a, tela
inglesa, con la que pensaba hacerse un traje que llevaría
sólo los domjngos. Pero mi padtc nunca volvió a ver a
su padre, mi padre nunca volvió a ver sus beneficios, y
puede ,¡ ue haya pasado el resto de su vida intentando
una y otra vez encontrar y enfundarse aquel primer
tta.fe con el que se había imaginado -aunque no creo
que él supiera que era eso lo gue estaba haciendo-, y
puede <Jue toda su vida haya consistido en una serie de
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que no debe de haberse dado cuenta de eso.
" E ra un hermoso día, un día tan hermoso que
quedó grabado para siempre en mi memoria'\ me
decía mí padre, hablándome del día en que su padre
ernbarcó rumbo a Escocia; áquel barco no akanzó
nunca su destino� así que aquel retrato que empezaba
con la luz del sol acababa con el color negro del agua
helada, y el rostro de mi padre, la verdadera esencia de
era
una niña pequeña, de sólo ocho años de edad, cuan­
do empezó a hablarme de ese importante detalle de
su vida 1 ia misrn.a edad que tenía él cuando se enteró
de que nunca volvería a ver a su padre. Yo no era
ñsicamente vigorosa } tenía una vocecita débil, era níña >
con él hablaba sólo en inglés, en inglés correcto. Él se
sentaba en una silla hecha con madera de la India, y
los brazos de esa silla acababan en f o rma de garril, la
garra cerrada de un animal cuyo nombre yo no cono­
cía, igual que las dos patas delanteras, y yo me sentaba
frente a él en un suelo que había sido encerado el dfa
anterior y agarraba con fuerza la falda del vestido de
popelina blanca que llevaba puesto, y también la pope­
lina procedía de algún lu¡, ,ar muy lejano; la habitación
en la que nos sentábamos era la habitación que no tenía
ninguna utilidad concreta. Cuando hablaba de la últi­
ma vez que había visto a su padre, su rostro se
convertía en una serie de referencias geométricas, li­
neas reguJares e irregu l ares� angulos ab :rudos y suaves,
las planas zonas bajo las mejillas cada vez más llenas y
redondeadas; adguidá el aspecto del niño gue había
sido entonces, o por lo menos del niño que él pensaba
que había sido entonces, y su voz se hacía líguída y
blanda, áurea 1 como sl estuviera hablando de otra per­
sona, no de sí n1ismo > de alguien a quien hubiera
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