Page 39 - Santa María de las Flores Negras
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inmaculada ninguno de los presentes podía dejar de mirar— sería muy
conveniente para el bien de las negociaciones, que los trabajadores se
devolvieran hoy mismo a las faenas y dejaran una comisión en el puerto para que
los representara». Por supuesto que en ese punto ninguno de nosotros estuvo de
acuerdo. Por el contrario, le pedimos al comité que solicitara una contestación por
parte de los industriales en un plazo no mayor de veinticuatro horas.
Cerca de la una de la tarde, Juan de Dios, que hacía rato se había ido a
andorrear por dentro del recinto del Club Hípico, llega donde su madre
acompañado de dos individuos que a la legua se nota no son pampinos. En esos
momentos Gregoria Becerra y Liria María están ayudando a despiojar a los hijos
de una familia amiga de Santa Ana, siete niños hombres en escala real, de uno a
siete años de edad, que no paran de rascarse la cabeza en ningún instante. Juan
de Dios dice que los caballeros son periodistas del diario La Patria y que quieren
entrevistar a algunos de los huelguistas, especialmente si son de la oficina San
Lorenzo, donde, se sabe, comenzó la huelga.
Mientras Olegario Santana se aparta silenciosamente del grupo y, junto a
una reja, se va a terminar de comer una marraqueta con queso, acompañándola
con tragos de agua de su cantimplora, Domingo Domínguez, doblándose en una
histriónica reverencia, se ofrece de inmediato para ser entrevistado «por los
señores periodistas de tan prestigioso diario local».
A la pregunta de qué pretendían hacer los pampinos en Iquique para lograr
un posible arreglo al conflicto, pues se había corrido la voz que venían en son de
guerra, el barretero, adoptando ahora un aire circunspecto, y acariciando su
grueso anillo de oro, dice que ellos no han caminado los kilómetros que han
caminado para venir a formar bochinche a Iquique. Que como cualquiera de los
presentes lo puede constatar, incluso los mismos señores de la prensa, la
presencia de ánimo de los huelguistas es admirable y que todo el mundo allí está
tranquilo y calmado, y pensando en cualquier cosa menos en hostilidades.
—Un comité ha presentado las bases de nuestras peticiones —tercia el
carretero José Pintor—, y si los gringos la aceptan, todos felices; y si no la
aceptan, bueno, qué se le va a hacer. Pero que nos lo digan ahora. Así nos
volvemos rápidamente a la pampa a seguir poniéndole el hombro al cerro.
—O ahuecamos el ala y nos volvemos al sur, de donde a la mayoría nos
trajeron enganchados con engañifas de cascabeles y vidrios de colores —tercia
Gregoria Becerra.
—Nosotros estamos completamente seguros de la justicia de nuestra causa
—interviene de nuevo Domingo Domínguez alzando el índice en gesto doctoral y
aprovechando a la vez de afirmarse la dentadura—. Y si sabemos que es fundado
y legal lo que pedimos, ¿para qué vamos a echar a perder el pleito con
tinterilladas de mala ley? Mientras no nos provoquen, mientras se nos respete
como personas, tal como respetamos nosotros, nuestra actitud será de completa
cortesía para con todo el mundo.
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