Page 113 - Santa María de las Flores Negras
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                         Esa noche en la escuela Santa María comenzaron a correr bullas que
                  inquietaban y exaltaban cada vez más el  ánimo de los huelguistas. Que en los
                  salones del Club Inglés, se comentaba, y en general en todos los centros sociales
                  de Iquique, se andaba diciendo que el conflicto se solucionaría al día siguiente, en
                  forma definitiva y satisfactoria para los patrones. Algunos llegaban de la calle con
                  novedades un tanto misteriosas, como que en el edificio de la Intendencia, y a
                  esas horas de la noche, se estaba produciendo un inusitado movimiento de gente
                  con actitudes solapadas, y que a cada instante se veía entrar y salir mensajeros
                  con pasos presurosos. Pero lo que ninguno de nosotros sospechaba ni por asomo,
                  ni siquiera los integrantes del Comité Central, reunidos perpetuamente en los
                  despachos de la azotea, era que en esos precisos momentos, y a instancias del
                  Ministerio del Interior, el Intendente de la provincia dictaba un decreto que
                  equivalía a una verdadera declaración de estado de sitio. Y de esos y otros
                  rumores extendidos como una peste entre la gente de la escuela, se encuentra
                  comentando Gregoria Becerra con un grupo de mujeres, cuando su hijo Juan de
                  Dios llega corriendo a la sala a avisarle que sus amigos Olegario Santana y José
                  Pintor se iban a pelear a los combos detrás de la escuela.

                         —¡Le oí decir a un patizorro de Santa Ana que la pelea es por una mujer! —
                  acota exaltado y divertido a la vez Juan de Dios.

                         Gregoria Becerra se para de un salto. Mientras comienza a amarrarse el
                  pañuelo a la cabeza, le dice a Juan de Dios que tendrá que acompañarla. Idilio
                  Montano y Liria María, que en esos momentos se entretienen dibujando corazones
                  flechados en un ángulo del pizarrón, se preparan para ir con ella. Gregoria Becerra
                  les dice que se queden donde están. No hace falta que vayan todos.
                         —¡Y tú dime por donde se fueron esos  mequetrefes! —le dice a su hijo,
                  tomándolo de la mano y traspasando la puerta a pasos presurosos.
                         Olegario Santana, Domingo Domínguez y José Pintor, luego de la trifulca
                  que significó la protesta y el paseo por las calles de los obreros asesinados,
                  llegaron a la escuela y, tras descansar un rato, habían salido a caminar por la
                  plaza Montt. Eran muchas las emociones  vividas como para ir a dormirse tan
                  temprano. A esas horas el baldío de la plaza estaba repleto de huelguistas que




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