Page 77 - Fahrenheit 451
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Algo más,  y vuelta a empezar.  El  aparato conversor  -Te meterían en la cárcel, ¿verdad?
 que les había costado un centenar de dólares  suminis­  Ella le miró como si Montag estuviese detrás de la pa­
 traba automática i_n� nte el nombre de ella siem�re que el  red de cristal.
 presentad r se dmgía a su auditorio anónimo, dejando  Montag empezó a ponerse la ropa;  se movía,  intran­
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 un breve srlenc10 para que pudieran encajarse las sílabas  quilo, por el dormitorio.
 adecu das. Un me clador especial conseguía,  también,  -Sí, y quizá fuese una buena idea. Antes de que cause
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 q e la imagen  elev1sada del presentador, en el área inme­  daño a alguien.  ¿ Has oído a Beatty? ¿ Le has escuchado?
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 diata a sus lab10s, articulara, magníficamente, las vocales  Él sabe todas las respuestas. Tienes razón. Lo importante
 y consonantes.  Era un amigo, no cabía la menor duda de  es la felicidad.  La diversión lo es  todo.  Y,  sin embargo,
 ello, un buen amigo.  sigo  aquí sentado,  diciéndome  que no soy  feliz,  que no
 -!'frs. Mont g, ahora mire hacia aquí.  soy feliz.
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 M1ldred  volvió la cabeza.  Aunque era obvio que no  -Yo sí lo soy.  -Los labios de Mildred sonrieron-.
 estaba escuchando.  Y me enorgullezco de ello.
 -Sólo hay un paso entre no ir a trabajar hoy, no ir a  -He de hacer algo -dijo Montag-.  Todavía no sé
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 trabaJar manana y no volver a trabajar nunca en el cuartel  qué, pero será algo grande.
 de bomberos -dijo Montag.  -Estoy  cansada  de escuchar  estas  tonterías -dijo
 -Pero,  esta  noche,  irás al  trabajo  ¿verdad?  -pre-  Mildred, volviendo a concentrar su atención en el presen­
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 guntó Mildred.  tador.
            Montag  tocó el control de  volumen  de la  pared  y  el
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 -:- Aún no e oy decidido. En este momento, tengo la  presentador se quedó sin voz.
 horrible sensac1on de que deseo destrozar todas las cosas
 que están a mi alcance.   -Millie.  -Hizo  una  pausa-.  Ésta  es  tu  casa  lo
 -Date un paseo con el auto.  mismo que la mía. Considero justo decirte algo. Hubiera
 -No, gracias.  debido hacerlo antes, pero ni siquiera lo admitía interior­
         mente. Tengo algo que quiero que veas, algo que he sepa­
 .   -Las llaves están en la mesilla de noche. Cuando me  rado y escondido  durante  el  año pasado,  de cuando en
 siento de esta manera, siempre me gusta conducir aprisa.
 Pones el coche a ciento cincuenta por hora y experimen­  cuando,  al presentarse una oportunidad, sin saber por
 tas una sensación maravillosa. A veces, conduzco toda la  qué, pero también sin decírtelo nunca.
 noc�e, reg eso al amanecer y tú ni te has enterado. Es di­  Montag cogió una silla de recto respaldo, la desplazó
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 vertido  salir al campo.  Se aplastan  conejos. A veces,  pe­  lentamente hasta el  vestíbulo,  cerca de  la puerta de en­
 rros. Ve a coger el auto.  trada,  se  encaramó  en  ella,  y  permaneció por un  mo­
 -No,  ahora  no  me  apetece.  Quiero  estudiar  esta  mento como una estatua en un pedestal, en tanto que su
 sensación  tan  curiosa.  ¡Caramba!  ¡Me  ha  dado  muy  esposa, con la cabeza levantada, le observaba. Entonces,
 fuerte!  No  sé  lo  que  es.  ¡Me  siento  tan  condenada­  Montag levantó los brazos,  retiró la reja del sistema de
 men :�  infeliz, tan fu ioso! E ignoro por qué tengo la im­  acondicionamiento de aire y metió la mano muy hacia la
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 pres1on 1e qu estuviera ganando peso. Me siento gordo.  derecha hasta mover otra hoja deslizante de metal;  des­
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 Como  s1  hubiese  estado ahorrando una serie  de cosas   pués,  sacó un libro.  Sin  mirarlo,  lo dejó caer al suelo.
 y ahora no supiese cuáles. Incluso sería capaz de empeza;  Volvió a meter la mano y sacó dos libros, bajó la mano y
 a leer.  los dejó caer al  suelo.  Siguió actuando  y dejando caer
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