Page 78 - Fahrenheit 451
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libros,  pequeños,  grandes,  amarillos,  rojos,  verdes.         tuamente. No puedes imaginar cuánto te necesito en este
            Cuando hubo terminado, miró la veintena de libros que              momento.  Si  me amas un poco,  admitirás esto durante
            yacían a los pies de su esposa.                                    veinticuatro,  veintiocho  horas,  es  todo  lo que  te pido.
               -Lo siento -dijo-. Nunca me había detenido a me­                Y, luego, habrá terminado.  ¡Te lo prometo, te lo juro! Y
             ditarlo. Pero, ahora, parece como si ambos estuviésemos           si aquí  hay algo,  algo  positivo en toda esta cantidad  de
            metidos en esto.                                                   cosas, quizá podamos transmitirlo a alguien.
               Mildred retrocedió  como si, de repente,  se v.iese de­            Ella ya no forcejeaba; Montag la soltó. Mildred retro­
            lante de una  bandada  de ratones que  hubiese surgido             cedió,  tambaleándose,  hasta llegar a la pared. Y una vez
            de improviso del suelo.                                            allí, se deslizó y quedó sentada en el suelo, contemplando
               Montag oyó la rápida respiración de ella, vio la pali­          los libros.  Su pie rozaba uno, y, al notarlo, se apresuró a
            dez de su rostro y cómo sus ojos se abrían de par en par.          echarlo hacia atrás.
            Ella pronunció su nombre, dos, tres veces. Luego, exha­               -Esa mujer de la otra noche, Millie ... Tú no estuviste
            lando un gemido, se adelantó corriendo, cogió un libro y           allí. No viste su rostro.  Y Clarissc. Nunca llegaste a ha­
            se precipitó hacia el incinerador de la cocina.                    blar con  ella.  Yo,  sí.  Y  hombres como Beatty le tienen
               Montag la detuvo,  mientras ella chillaba. La sujetó y          miedo.  No  puedo  entenderlo.  ¿Por  qué han de sentir
            Mildred trató de soltarse arañándole.                              tanto temor por alguien como ella? Pero yo seguía colo­
               -¡No,  Millie,  no!  ¡Espera!  ¡Deténte!  Tú no sabes ...       cándola a la altura de los bomberos en el cuartel, cuando
            ¡Cállate!                                                          anoche comprendí, de repente, que no me gustaban nada
               La abofeteó, la cogió de nuevo y la sacudió.                    en  absoluto,  y  que  tampoco  yo  mismo  me  gustaba.
               Ella pronunció su nombre y empezó a llorar.                     Y pensé que quizá fuese mejor que quienes ardiesen fue­
               -¡Millie! -dijo Montag-. Escucha. ¿Quieres conce-               ran los propios bomberos.
            derme un segundo? No podemos hacer nada. No pode­                     -¡Guy!
            rnos quemarlos. Quiero examinarlos, por lo menos, una                 El altavoz de la puerta de la calle dijo suavemente:
            vez. Luego, si lo que el capitán dice es cierto, los quema­           -Mrs.  Montag,  Mrs. Montag, aquí hay alguien, aquí
            remos juntos, créeme, los quemaremos entre los dos. Tie­           hay  alguien,  Mrs  Montag,  Mrs.  Montag, aquí hay al­
            nes  que ayudarme.  -Bajó  la  mirada  hacia el  rostro  de        guien.
            ella y,  cogiéndole la barbilla,  la  sujetó con firmeza.  No         Suavemente.
            sólo la miraba, sino que, en el rostro de ella, se buscaba a          Ambos se volvieron para observar la puerta. Y los li­
            sí  mismo e intentaba averiguar también lo que debía ha­           bros estaban desparramados  por doquier, formando,  in­
            cer-. Tanto si nos gusta como si no, estamos metidos en            cluso, montones.
            esto. Durante estos años no te he pedido gran cosa, pero              -¡Beatty! -exclamó Mildred.
            ahora te lo pido, te lo suplico. Tenemos que empezar en               -No puede ser él.
            algún punto,  tratar de  adivinar  por  qué sentimos esta             -¡Ha regresado! -susurró ella.
           . confusión, tú y la medicina por las noches, y el automó­             La voz volvió a llamar suavemente:
            vil, y yo con mi trabajo. Nos encaminamos directamente                -Hay alguien aquí..
            al  precipicio,  Millie.  ¡Dios mío, no quiero caerme!  Esto          -No contestaremos.
            no resultará  fácil.  No tenemos nada en que apoyarnos,               Montag se recostó en la pared, y, luego, con lentitud,
            pero quizá podamos analizarlo, intuirlo y ayudarnos mu-            fue resbalando hasta quedar en cuclillas. Entonces,  em-

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