Page 79 - Fahrenheit 451
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libros,  pequeños,  grandes,  amarillos,  rojos,  verdes.   tuamente. No puedes imaginar cuánto te necesito en este
 Cuando hubo terminado, miró la veintena de libros que   momento.  Si  me amas un poco,  admitirás esto durante
 yacían a los pies de su esposa.   veinticuatro,  veintiocho  horas,  es  todo  lo que  te pido.
 -Lo siento -dijo-. Nunca me había detenido a me­  Y, luego, habrá terminado.  ¡Te lo prometo, te lo juro! Y
 ditarlo. Pero, ahora, parece como si ambos estuviésemos   si aquí  hay algo,  algo  positivo en toda esta cantidad  de
 metidos en esto.   cosas, quizá podamos transmitirlo a alguien.
 Mildred retrocedió  como si, de repente,  se v.iese de­  Ella ya no forcejeaba; Montag la soltó. Mildred retro­
 lante de una  bandada  de ratones que  hubiese surgido   cedió,  tambaleándose,  hasta llegar a la pared. Y una vez
 de improviso del suelo.   allí, se deslizó y quedó sentada en el suelo, contemplando
 Montag oyó la rápida respiración de ella, vio la pali­  los libros.  Su pie rozaba uno, y, al notarlo, se apresuró a
 dez de su rostro y cómo sus ojos se abrían de par en par.   echarlo hacia atrás.
 Ella pronunció su nombre, dos, tres veces. Luego, exha­  -Esa mujer de la otra noche, Millie ... Tú no estuviste
 lando un gemido, se adelantó corriendo, cogió un libro y   allí. No viste su rostro.  Y Clarissc. Nunca llegaste a ha­
 se precipitó hacia el incinerador de la cocina.   blar con  ella.  Yo,  sí.  Y  hombres como Beatty le tienen
 Montag la detuvo,  mientras ella chillaba. La sujetó y   miedo.  No  puedo  entenderlo.  ¿Por  qué han de sentir
 Mildred trató de soltarse arañándole.   tanto temor por alguien como ella? Pero yo seguía colo­
 -¡No,  Millie,  no!  ¡Espera!  ¡Deténte!  Tú no sabes ...   cándola a la altura de los bomberos en el cuartel, cuando
 ¡Cállate!   anoche comprendí, de repente, que no me gustaban nada
 La abofeteó, la cogió de nuevo y la sacudió.   en  absoluto,  y  que  tampoco  yo  mismo  me  gustaba.
 Ella pronunció su nombre y empezó a llorar.   Y pensé que quizá fuese mejor que quienes ardiesen fue­
 -¡Millie! -dijo Montag-. Escucha. ¿Quieres conce-  ran los propios bomberos.
 derme un segundo? No podemos hacer nada. No pode­  -¡Guy!
 rnos quemarlos. Quiero examinarlos, por lo menos, una   El altavoz de la puerta de la calle dijo suavemente:
 vez. Luego, si lo que el capitán dice es cierto, los quema­  -Mrs.  Montag,  Mrs. Montag, aquí hay alguien, aquí
 remos juntos, créeme, los quemaremos entre los dos. Tie­  hay  alguien,  Mrs  Montag,  Mrs.  Montag, aquí hay al­
 nes  que ayudarme.  -Bajó  la  mirada  hacia el  rostro  de   guien.
 ella y,  cogiéndole la barbilla,  la  sujetó con firmeza.  No   Suavemente.
 sólo la miraba, sino que, en el rostro de ella, se buscaba a   Ambos se volvieron para observar la puerta. Y los li­
 sí  mismo e intentaba averiguar también lo que debía ha­  bros estaban desparramados  por doquier, formando,  in­
 cer-. Tanto si nos gusta como si no, estamos metidos en   cluso, montones.
 esto. Durante estos años no te he pedido gran cosa, pero   -¡Beatty! -exclamó Mildred.
 ahora te lo pido, te lo suplico. Tenemos que empezar en   -No puede ser él.
 algún punto,  tratar de  adivinar  por  qué sentimos esta   -¡Ha regresado! -susurró ella.
 . confusión, tú y la medicina por las noches, y el automó­  La voz volvió a llamar suavemente:
 vil, y yo con mi trabajo. Nos encaminamos directamente   -Hay alguien aquí..
 al  precipicio,  Millie.  ¡Dios mío, no quiero caerme!  Esto   -No contestaremos.
 no resultará  fácil.  No tenemos nada en que apoyarnos,   Montag se recostó en la pared, y, luego, con lentitud,
 pero quizá podamos analizarlo, intuirlo y ayudarnos mu-  fue resbalando hasta quedar en cuclillas. Entonces,  em-

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