Page 23 - Fahrenheit 451
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-¡Buenas  noches!   imbécil subconsciente  que a  veces  andaba  balbuceando,
 Empezó  a  andar  por  el pasillo  que  conducía  hacia  su  comple am�nte  desligado de su  voluntad, su costumbre Y
               �
 casa. Después, pareció recordar  algo y regresó para mirar   su conc1enc1a.
 a Montag con expresión intrigada y curiosa.   Volvió  a  mirar  la  pared. El  rostro de  ella  también  se
 -¿Es  usted feliz? -preguntó.  parecía mucho a  un es ejo. lmposibl . ¿Cuánta gente ha­
                                          �
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 -¿Que si soy qué?-replicó él.  bía  que  refractase hacia  uno  su  prop1 l z? Por  lo g ne­
                                                        �
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 Pero ella  se había  marchado,  corrierdo bajo  el claro  ral, la gente  era -Montag buscó un s1m l, lo  encontro en
                                             �
 de luna. La puerta de la casa se cerró con suavidad.   su  trabajo- como antorchas,  que  ard1an hasta  consu­
         mirse. ¡Cuán pocas veces los rostros de las otras pers �� as
         captaban  algo tuyo y te  devolvían  tu  propia  expres10 ,
                                                           �
 -¡Feliz!  ¡Menuda tontería!   tus  pensamientos  más  íntim !  i� uella  muchacha  te ia
                                                          ?
                                                        ,
                                  ?�
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 Montag dejó de reír.   un  increíble  poder  de  idenuficacion;  era  como  el avido
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 Metió _l a 1!1ano en el agujero en forma  de guante de  su  espectador de una función  de marionetas, previendo cada
 puerta pnnc1pal y le  dejó percibir  su tacto. La  puerta  se   parpadeo,  cada movimiento de  una mano, cada  estreme­
 deslizó hasta quedar  abierta.   cimiento  de  un  dedo,  un  momento antes  de  que  suc�­
                                                   ,
 «Claro  que  soy feliz. ¿Qué cree  esa muchacha? ¿Que   diese.  ¿Cuánto  rato habían  caminado  juntos? ¿Tres  mi­
 no lo  soy?», preguntó  a  las  silenciosas  habitaciones.  Se   nutos? ¿Cinco? Sin  embargo,  ahora  le  parec1a  un rato
 inmovilizó con la mirada levantada hacia la  reja del venti­  interminable. ¡Qué inmensa figura tenía ella en el escen ­
                                                           �
 lador  del vestíbulo, y, de pronto, recordó que  algo estaba  rio  que  se  extendía  ante  sus  ojos!  ¡Qué sombra produc1a
 oculto tras  aquella  reja, algo que parecía  estar espiándole  en la pared con su  esbelto  cuerpo! Montag se  dio cuent �
 en aquel momento. Montag se  apresuró a  desviar su  mi­  de que, si le picasen los ojos, ella pestañearía.  :  de  que  1
                                                           �
 rada.   los  músculos  de  sus  mandíbulas  se  tensaran 1mperc pt1-
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 ¡Qué extraño  encuentro  en una  extraña  noche! No re­  blemente,  ella bostezaría  mucho  antes  de  que  lo  hicie-
 ;  cordaba  nada  igual,  excepto  una  tarde,  un  año  atrás,  en   ra él.
 que  se  encontró  con  un viejo  en  el parque  y ambos  ha­  «Pero  -pensó Montag-, ahora  que  caigo  en  ello, la
 blaron  ...   chica  parecía  estar  esperándome  allí,  en  la  calle,  a  tan
 \__  Montag meneó la  cabeza. Miró una pared desnuda. El  avanzada hora de la noche  ...  »
 rostro  de  la  muchacha  estaba  allí,  verdaderamente  her­  Montag abrió la puerta  del dormitorio.
 moso por lo que podía  recordar  o, mejor dicho, sorpren­  Era  como  entrar  en  la  fría  sala  de  un mausoleo  des­
         pués  de  haberse  puesto  la  luna.  Oscuri? ad  completa,
 dente. Tenía un rostro muy  delgado,  como la  esfera  de
         ni  un  atisbo  del  plateado  mundo  extenor;  las
                                                    _
 un pequeño  reloj  entrevisto  en  una  habitación  oscura a   �� nta­
 medianoche  cuando  uno  se  despierta para ver la  hora  y  nas herméticamente cerradas  convertían la  hab1tac1on en
 descubre  el  reloj  que le  dice  la hora,  el minuto  y el  se­  un mundo de  ultratumba en  el  que  no  podía  penetrar
 ?
 gund ,  con un  silencio  blanco y un  resplandor, lleno  de   ningún ruido  de  la  gran ciudad. La  habitación no estaba
 s gundad  y sabiendo lo  que  debe  decir  de la  noche  que  vacía.
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 discurre  velozmente  hacia  ulteriores  tinieblas, pero que   Montag escuchó.   .
                                       .
 también se mueve hacia un nuevo sol.   El delicado  zumbido  en el aire,  seme¡ante  al de  un
 -¿Qué?  -preguntó Montag  a  su  otra  mitad aquel  mosquito,  el  murmullo  eléctrico de  una  avispa  oculta  en
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