Page 20 - Fahrenheit 451
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Él se echó a reír.                                                 ¿Una mancha borrosa de color rosado? ¡Es una rosaleda!
            -¡Está prohibido por la ley!                                       Las manchas blancas son casas. Las manchas pardas son
            -¡Oh! Claro ...                                                    vacas. Una vez, mi tío condujo lentamente por una carre­
            -Es un  buen  trabajo. El lunes quema a Millay,  el                tera. Condujo a sesenta y cinco kilómetros por hora y lo
         miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner, conviértelos              encarcelaron por dos días.  ¿No  es curioso, y triste tam­
         en ceniza y,  luego,  quema  las cenizas.  Éste es nuestro            bién?
         lema oficial.                                                            -Piensas demasiado -dijo Montag, incómodo.
            Siguieron caminando y la muchacha preguntó:                           -Casi  nunca  veo  la  televisión  mural,  ni voy  a  las
            -¿ Es verdad que, hace mucho tiempo, los bomberos                  carreras  o a los parques  de atracciones. Así,  pues,  dis­
         apagaban incendios, en vez de provocarlos?                            pongo de muchísimo tiempo para dedicarlo a mis absur­
            -No. Las casas han sido siempre a prueba de incen­                 dos pensamientos.  ¿Ha visto los carteles de sesenta me­
         dios. Puedes creerme. Te lo digo yo.                                  tros  que  hay fuera de la ciudad?  ¿Sabía  que  hubo  una
            -¡Es extraño!  Una vez, oí decir que hace muchísimo                época en que los carteles sólo tenían seis metros de largo?
         tiempo las casas se quemaban por accidente y hacían falta             Pero los automóviles  empezaron  a correr  tanto  que tu­
         bomberos para apagar las llamas.                                      vieron que alargar la publicidad, para que durase un poco
            Montag se echó a reír.                                             más.
            Ella le lanzó una rápida mirada.                                      -¡Lo ignoraba!
            -¿ Por qué se ríe?                                                    -Apuesto  a que sé algo más  que usted desconoce.
            -No  lo sé.  -Volvió a  reírse y  se detuvo-.  ¿Por                Por las mañanas, la hierba está cubierta de rocío.
         qué?                                                                     De pronto, Montag no pudo recordar si sabía aquello
            -Ríe sin que yo haya dicho nada gracioso, y contesta               o no, lo que le irritó bastante.
                                                                                                                                 .
         inmediatamente.  Nunca se detiene a pensar en lo que le                  -Y si se fija -prosiguió ella, señalando con la barbi­
         pregunto.                                                             lla hacia el cielo-, hay un hombre en la luna.
            Montag se detuvo.                                                     Hacía mucho tiempo que él no miraba el satélite.
            -Eres  muy extraña -dijo,  mirándola-.  ¿Ignoras                      Recorrieron en silencio el resto del camino. El de ella,
         qué es el respeto?                                                    pensativo, el de él, irritado e incómodo, acusando el im­
            -No me proponía ser grosera.  Lo que me ocurre es                  pacto de las miradas inquisitivas de la muchacha. Cuando
         que me gusta demasiado observar a la gente.                           llegaron a la casa de ella, todas sus luces estaban encen-
           -Bueno, ¿y esto no significa algo para ti?                          didas.
           Y Montag se tocó el número 451 bordado en su manga.                    -¿Qué sucede?
           -Sí -susurró ella.  Aceleró el paso-.  ¿ Ha visto al-                  Montag  raras veces  había  visto  tantas  luces  en una
         guna vez los coches retropropulsados que corren por esta              casa.
         calle?                                                                   -¡Oh!  ¡Son mis  padres y mi tío que están sentados,
           -¡Estás cambiando de tema!                                          charlando! Es como ir a pie, aunque más extraño aún. A
           -A veces, pienso que sus conductores no saben cómo                  mi tío,  le  detuvieron una vez por  ir a pie.  ¿ Se lo había
         es la hierba, ni las flores, porque nunca las ven con dete­           contado ya? ¡Oh! Somos una familia muy extraña.
         nimiento -dijo ella-. Si le mostrase a uno de esos chó­                  -Pero, ¿de qué charláis?
         feres una borrosa mancha verde, diría:  ¡Oh, sí, es hierba!              Al oír esta pregunta, la muchacha se echó a reír.

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