Page 26 - Fahrenheit 451
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chillido penetrara y volviera a salir por entre sus dientes       fumaba un cigarrillo.  La otra máquina funcionaba tam­
            descubiertos.  La casa  se estremeció.  El encendedor se          bién.
            apagó en sus manos. Las dos pequeñas lunas desaparecie­              La manejaba un individuo igualmente impasible, ves­
           ron. Montag sintió  que su mano se precipitaba  hacia el           tido con un  mono de color pardo  rojizo.  Está máquina
           teléfono.                                                          extraía toda la sangre del cuerpo y la sustituía por sangre
              Los cohetes habían desaparecido. M  o ntag sintió que           nueva y suero.
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           sus labios se movían,  rozaban el micrófono del aparato               -Hemos de  limpiarnos de ambas maneras -dijo el
           telefónico.                                                        operario,  inclinándose  sobre  la silenciosa mujer-.  Es
              -Hospital de urgencia.                                          inútil lavar el estómago si no se lava la sangre. Si se deja
              Un susurro terrible.                                            esa sustancia en la sangre,  ésta golpea el cerebro  con la
              Montag sintió que las estrellas habían sido pulveriza­          fuerza de un mazo, mil, dos mil veces, hasta que el cere­
           das por el s >nido de  } os negros reactores,  y que, por la       bro ya no puede más y se apaga.
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           manana, la tierra estana cubierta con su polvo, COfllO si se          -¡Deténganse! -exclamó Montag.
           tr tara de una extraña nieve. Aquél fue el absurdo pensa­             -Es lo que iba a decir -dijo el operario.
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           miento que se le ocurrió mientras se estremecía en la os­             -¿  Han terminado?
           curidad, mientras sus labios seguían moviéndose y mo­                 Los hombres empaquetaron las máquinas.
           viéndose.                                                             -Estamos listos.
                                                                                 La  cólera de Montag ni siquiera les afectó.  Permane­
                                                                              cieron con el cigarrillo en los labios, sin que el humo que
             Tenían aquella máquina. En realidad, tenían dos. Una             penetraba en su nariz y sus ojos les hiciera parpadear.
           de ellas se deslizaba hasta el estómago como una cobra                -Serán cincuenta dólares.
           negra  ue bajara  or  un po o en busca de agua antigua                -Ante todo, ¿por qué no me dicen si sanará?
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           y del  ttempo  antiguo reurndos  allí.  Bebía  la  sustancia          -¡Claro que se curará!  Nos llevamos todo el veneno
           v rdusca que s bía a la super : icie en un lento hervir. ¿Be­      en esa maleta y,  ahora,  ya no puede afectarle.  Tal como
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            :
          bia de la oscundad? ¿  Absorbia todos los venenos acumu­            he dicho, se saca lo viejo, se pone lo nuevo y quedan me­
          lados por los años? Se alimentaba en silencio  con un oca­          JOr _que nunca.
          sional  sonido  de  asfixia  interna  y  cieg�  búsqueda.              -Ninguno de ustedes es médico. ¿Por qué no me han
          Aquello tenía un Ojo.  El impasible operario de la má­              enviado uno?
          quina podía, poniéndose un casco óptico especial, atisbar              -¡Diablos!  -El cigarrillo del  operario se movió en
          en el �  lm de la persona a quien estaba analizando. ¿  Qué         sus labios-. Tenemos nueve o diez casos como éste cada
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          veta el  ÜJo?  No  lo decía.  Montag veía,  aunque sin ver,         noche.  Tantos que hace unos cuantos años tuvimos que
          1 que el Ojo estaba viendo. Toda la operación guardaba              construir  estas  máquinas  especiales.  Con la  lente  óptica,
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          cie ta semeJanza con  la  excavación de una zanja en el             claro está, resultan una  novedad;  el resto es viejo.  En un
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          pat10 de su propia casa. La mujer que yacía en la cama              caso así no hace falta doctor; lo único que se requiere son
          no era más que un duro estrato de mármol al que habían              dos  operarios hábiles y liquidar el problema en  media
          llegado. De  todos  modos,  adelante, hundamos más el               hora. Bueno -se dirigió hacia la puerta-, hemos de ir­
          taladro,  extraigamos  el  vacío,  si  es  que podía sacarse        nos.  Acahamos de recibir otra llamada en  nuestra radio
          el vacío mediante la succión de la serpiente. El operario           auricular.  A diez manzanas de aquí.  Alguien se ha zam-
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