Page 19 - Fahrenheit 451
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manga de él y el disco de fénix en su pecho, volvió a ha­  -Bueno -dijo ella por fin-, tengo diecisiete años y
 blar.    estoy loca. Mi tío dice que ambas cosas van siempre jun­
 -Claro está -dijo-, usted es la  nueva vecina, ¿ver­  tas. Cuando la gente te pregunta la edad, dice,  contesta
 dad?     siempre: diecisiete años y loca. ¿  Verdad que es muy agra­
 -Y usted debe de ser -ella apartó la mirada de los  dable pasear a esta hora de la noche? Me gusta ver y oler
 símbolos profesionales- el bombero.   las cosas y, a veces, permanecer levantada toda la  noche
 La voz de la muchacha fue apagándose.   andando, y ver la salida del sol.
 -¡De qué modo tan extraño lo dice!   Volvieron  a  avanzar  en  silencio  y,  finalmente,  ella
 -Lo  ...  Lo hubiese adivinado  con  los ojos  cerrados  dijo, con tono pensativo:
 -prosiguió ella, lentamente.  -¿Sabe? No me causa usted ningún temor.
 -¿Por qué? ¿Por el olor a petróleo? Mi esposa siem-  Él se sorprendió.
 pre se queja -replicó él,  riendo-.  Nunca  se  consigue   -¿Por qué habría de causárselo?
 eliminarlo por completo.   -Le ocurre a mucha gente. Temer a los bomberos,
 -No, en efecto -repitió ella atemorizada.  quiero decir. Pero, al fin y al cabo, usted no es más que
 Montag sintió que ella andaba en círculo a su alrede­  un hombre  ...
 dor, le examinaba de extremo a extremo, sacudiéndolo si­  Montag se vio en los ojos de  ella,  suspendido en  dos
 lenciosamente y vaciándole los bolsillos,  aunque, en rea­  brillantes  gotas  de agua,  oscuro y diminuto,  pero  con
 lidad, no se moviera en absoluto.   mucho detalle; las líneas alrededor de su boca, todo en su
 -El petróleo  -dijo  Montag,  porque el silencio  se  sitio, como si los ojos de la muchacha fuesen dos  mila­
 prolongaba- es como un perfume para mí.   grosos pedacitos de ámbar violeta que  pudiesen captu­
 -¿  De veras le parece eso?  rarle y conservarle  intacto. El rostro  de la joven, vuelto
 -Desde luego. ¿Por qué no?  ahora hacia él, era un frágil cristal de leche con una luz
 Ella tardó en pensar.  suave y constante en su interior. No  era la luz histérica
 -No lo sé. -Volvió el rostro hacia la acera que con­  de la electricidad, sino  ... ¿Qué? Sino la agradable, extraña
 ducía hacia sus  hogares-.  ¿  Le importa que regrese con   y  parpadeante luz de una  vela. Una vez,  cuando  él  era
 usted? Me llamo Clarisse McClellan.   niño, en un corte de energía, su madre había encontrado
 -Clarisse.  Guy Montag. Vamos.  ¿Por qué anda tan  y encendido  una última vela,  y se había producido  una
 sola a  esas  horas  de la  noche  por ahí?  ¿ Cuán.tos  años   breve  hora de redescubrimiento,  de una iluminación tal
 tiene?   que el espacio  perdió sus vastas dimensiones y se cerró
 Anduvieron en la noche llena de viento,  por la pla­  confortablemente alrededor de ellos, madre e hijo, solita­
 teada acera. Se percibía un debilísimo aroma a albarico­  rios, transformados, esperando que la energía no volviese
 ques y frambuesas; Montag miró a su alrededor y se dio   quizá demasiado pronto  ...
 cuenta de que era imposible que pudiera percibirse aquel   En aquel momento, Clarisse McClellan dijo:
 olor en aquella época tan avanzada del año.   -¿No  le importa que le haga  preguntas?  ¿Cuánto
 Sólo había la muchacha andando a su lado, con su ros­  tiempo lleva trabajando de bombero?
 tro que brillaba como la nieve al claro de luna, y Montag   -Desde que tenía veinte  años,  ahora  hace  ya diez
 comprendió que estaba meditando las preguntas que él le   años  .
 había formulado, b 1 .1scando las mejores respuestas.  -¿Lee alguna vez alguno de los libros que quema?
 .
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