Page 25 - Fahrenheit 451
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su cálido nido. La música era casi lo bastante fuerte para pie, al enviar vibraciones hacia adelante, había recibido
que él pudiese seguir la tonada. los ecos de la pequeña barrera que se cruza?ª en su c
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Montag sintió que su sonrisa desaparecía, se fundía, mino antes de que llegara a alcanzarlo. El ob¡eto produJO
era absorbida por su cuerpo como una corteza de sebo, un tintineo sordo y se deslizó en la oscuridad.
como el material de una vela fantástica que hubiese ar Montag permaneció muy erguido, atento a cualquier
dido demasiado tiempo para acabar derrumbándose y sonido de la persona que ocupaba la oscura ca °:� en la
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apagándose. Oscuridad. No se sentía feliz. No era feliz. oscuridad totalmente impenetrable. La resp1rac1on que
Pronunció las palabras para sí mismo. Reconocía que éste surgía por la nariz era tan débil que s? l afectab a las
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era el verdadero estado de sus asuntos. Llevaba su felici formas más superficiales de vida, una d1mmuta hoJa, una
dad como una máscara, y la muchacha se había marchado pluma negra, una fibra de cabello. . ,
con su careta y no había medio de ir hasta su puerta y pe Montag seguía sin desear una luz exterior. Saco su en
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dir que se la devolviera. cendedor, oyó que la salamandra rascaba en el disco de
Sin encender la luz, Montag imaginó qué aspecto ten plata, produjo un chasquido...
dría la habitación. Su esposa tendida en la cama, descu Dos pequeñas lunas le miraron a la luz de la llamita;
bierta y fría, como un cuerpo expuesto en el borr:le de la dos lunas pálidas, hundidas en un arroyo de agua clara,
tumba, su mirada fija en el techo mediante invisibles hi sobre las que pasaba la vida del mundo, sin alcanzarlas.
los de acero, inamovibles. Y en sus orejas las diminutas -¡Mildred!
conchas, las radios como dedales fuertemente apretadas, El rostro de ella era como una isla cubierta de nieve,
y un océano electrónico de sonido, de música y palabras, sobre la que podía caer la lluvia sin ausar ningún efec
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afluyendo sin cesar a las playas de su cerebro despierto. to; sobre la que podían pasar las movibles sombras de las
Desde luego la habitación estaba vacía. Cada noche, las nubes, sin causarle ningún efecto. Sólo había el canto de
olas llegaban y se la llevaban con su gran marea de so las diminutas radios en sus orejas herméticamente tapo
nido, flotando, ojiabierta hacia la mañana. En los últimos nadas, y su mirada vidriosa, y su respiración suave, débil,
dos años no había habido noche en que Mildred no hu y su indiferencia hacia los movimientos de Montag. _
biese navegado por aquel mar, no se hubiese adentrado El objeto que él había enviado a rodar con el pie r s
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espontáneamente por tercera vez. plandeció bajo el borde de su pro ia c ma. La botellita
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La habitación era fresca; sin embargo, Montag sintió de cristal previamente llena con treinta p1ldoras para dor
que no podía respirar. No quería correr las cortinas y mir y que, ahora, aparecía destapada y vacía a la luz de su
abrir los ventanales, porque no deseaba que la luna pe encendedor.
netrara en el cuarto. Mientras permanecía inmóvil, el ciel que se xtendía
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Por lo tanto, con la sensación de un hombre que ha de sobre la casa empezó a aullar. Se produ¡o un sonido des
morir en menos de una hora, por falca de aire que respi garrador, como si dos manos gigantes hubiesen desga
rar, se dirigió a tientas hacia su cama abierta, separada y, rrado por la costura veinte mil kilómetros de tela negra.
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en consecuencia, fría. Montag se sintió partido en dos. Le parec10 que su echo
Un momento antes de que su pie tropezara con el ob se hundía y se desgarraba. Las bombas cohetes s1gu1eron
jeto que había en el suelo, advirtió lo que iba a ocurrir. Se pasando, pasando, una, dos, una dos, seis de ellas, nueve
asemejaba a la sensación que había experimentado antes de ellas doce de ellas, una y una y otra y otra lanzaron
de doblar la �squina y atropellar casi a la muchacha. Su sus aulÚdos por él. Montag abrió la boca y dejó que el
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