Page 24 - Fahrenheit 451
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su cálido nido. La música era casi lo bastante fuerte para        pie, al enviar  vibraciones  hacia adelante,  había recibido
           que él pudiese seguir la tonada.                                  los ecos de la pequeña barrera que se cruza?ª en su c ­
                                                                                                                               �
              Montag sintió que su sonrisa desaparecía,  se fundía,          mino antes de que llegara a alcanzarlo. El ob¡eto produJO
           era absorbida por su cuerpo como una corteza de  sebo,             un tintineo sordo y se deslizó en la oscuridad.
           como el material de una vela fantástica que hubiese ar­              Montag permaneció muy erguido,  atento a cualquier
           dido demasiado tiempo para  acabar derrumbándose y                 sonido  de la persona que ocupaba la oscura ca °:�  en la
                                                                                                                       _
           apagándose. Oscuridad.  No  se sentía feliz.  No era feliz.        oscuridad totalmente impenetrable.  La  resp1rac1on que
           Pronunció las palabras para sí mismo. Reconocía que éste           surgía por la nariz era tan débil que s? l afectab a las
                                                                                                                           �
                                                                                                                   �
           era el verdadero estado de sus asuntos. Llevaba su felici­         formas más superficiales de vida, una d1mmuta hoJa, una
           dad como una máscara, y la muchacha se había marchado              pluma negra, una fibra de cabello.    .      ,
           con su careta y no había medio de ir hasta su puerta y pe­            Montag seguía sin desear una luz exterior. Saco su en­
                                                                                                                           _
           dir que se la devolviera.                                          cendedor, oyó que la salamandra rascaba en el disco de
              Sin encender la luz, Montag imaginó qué aspecto ten­            plata, produjo un chasquido...
           dría la habitación. Su esposa tendida en la cama, descu­              Dos pequeñas lunas le miraron a la luz de la llamita;
           bierta y fría, como un cuerpo expuesto en el borr:le de la         dos lunas pálidas,  hundidas en  un arroyo de agua clara,
           tumba, su mirada fija en el techo mediante invisibles hi­          sobre las que pasaba la vida del mundo, sin alcanzarlas.
           los de acero,  inamovibles.  Y en sus orejas las diminutas            -¡Mildred!
           conchas, las radios como dedales  fuertemente apretadas,              El rostro de ella era como una isla cubierta de nieve,
           y un océano electrónico de sonido, de música y palabras,           sobre la que podía caer la  lluvia sin  ausar ningún efec­
                                                                                                                �
           afluyendo sin cesar a las playas de su cerebro despierto.          to; sobre la que podían pasar las movibles sombras de las
           Desde luego la habitación estaba  vacía.  Cada noche, las          nubes, sin causarle ningún efecto. Sólo había el canto de
           olas llegaban y se la llevaban con su  gran marea de so­           las diminutas radios en sus orejas herméticamente tapo­
           nido, flotando, ojiabierta hacia la mañana. En los últimos         nadas, y su mirada vidriosa, y su respiración suave, débil,
           dos años no había habido noche en que Mildred no hu­               y su indiferencia hacia los movimientos de Montag. _
           biese navegado por aquel mar, no se hubiese adentrado                 El objeto que él había enviado a rodar con el pie r s­
                                                                                                                               �
                                                                                                               _
           espontáneamente por tercera vez.                                    plandeció bajo el borde de su pro ia c ma.  La botellita
                                                                                                              p
                                                                                                                  �
              La habitación era fresca; sin embargo, Montag sintió             de cristal previamente llena con treinta p1ldoras para dor­
           que no podía respirar.  No quería correr las cortinas y             mir y que, ahora, aparecía destapada y vacía a la luz de su
           abrir los ventanales, porque no deseaba  que la luna pe­            encendedor.
           netrara en el cuarto.                                                 Mientras permanecía inmóvil, el ciel que se  xtendía
                                                                                                                  ?
                                                                                                                           :
             Por lo tanto, con la sensación de un hombre que ha de             sobre la casa empezó a aullar. Se produ¡o un sonido des­
           morir en menos de una hora, por falca de aire que respi­            garrador,  como si dos  manos  gigantes hubiesen desga­
           rar, se dirigió a tientas hacia su cama abierta, separada y,        rrado por la costura veinte mil kilómetros de tela negra.
                                                                                                                     _ ,
                                                                                                                           _ �
           en consecuencia, fría.                                              Montag se sintió partido en dos. Le parec10 que su  echo
             Un momento antes de que su pie tropezara con el ob­               se hundía y se desgarraba. Las bombas cohetes s1gu1eron
           jeto que había en el suelo, advirtió lo que iba a ocurrir. Se       pasando, pasando, una, dos, una dos, seis de ellas, nueve
           asemejaba a la  sensación que había experimentado antes             de ellas  doce de ellas, una y una y otra y otra lanzaron
           de doblar la �squina y atropellar casi a la muchacha.  Su           sus aulÚdos por  él. Montag abrió la boca y  dejó que el
                                                                                                                              23
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