Page 16 - Fahrenheit 451
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al irse a dormir, sentiría la fiera sonrisa retenida aún en la la presencia de una persona podía haber elevado por un
oscuridad por sus músculos faciales. Esa sonrisa nunca instante, en diez grados, la temperatura de la atmósfera
desaparecía, nunca había desaparecido hasta donde él po inmediata. No había modo de entenderlo. Cada vez que
día recordar. doblaba la esquina, sólo veía la cera blanca, pulida, con
tal vez, una noche, alguien desapareciendo rápidamente
al otro lado de un jardín antes de que él pudiera enfo
Colgó su casco negro y lo limpió, dejó con cuidado su carlo con la mirada o hablar.
chaqueta a prueba de llamas, se duchó generosamente y, Pero esa noche, Montag aminoró el paso casi hasta de
luego, silbando, con las manos en los bolsillos, atravesó tenerse. Su subconsciente adelantándosele a doblar la es
la planta superior del cuartel de bomberos y se deslizó quina, había oído un debilísimo susurro. ¿De respira
por el agujero. En el último momento, cuando el desastre ción? ¿ O era la atmósfera comprimida únicamente por
parecía seguro, sacó las manos de los bolsillos y cortó su alguien que estuviese allí muy quieto, esperando?
caída aferrándose a la barra dorada. Se deslizó hasta dete Montag dobló la esquina.
nerse, con los tacones a un par de centímetros del piso de Las hojas otoñales se arrastraban sobre el pavimento
cemento de la planta baja. iluminado por el claro de luna. Y hacían que la muchacha
Salió del cuartel de bomberos y echó a andar por la que se movía allí pareciese estar andando sin desplazarse,
calle en dirección al «Metro» donde el silencioso tren, dejando que el impulso del viento y de las hojas la empu
propulsado por aire, se deslizaba por su conducto lubrifi jara hacia delante. Su cabeza estaba medio inclinada para
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cado bajo tierra y lo soltaba con un gran ¡puf! de aire observar cómo sus zapatos removían las hojas arremoli
caliente en la escalera mecánica que lo subía hasta el su nadas. Su rostro era delgado y blanco como la leche y re
burbio. flejando una especie de suave ansiedad que resbalaba por
Silbando, Montag dejó que la escalera le llevara hasta encima de todo con insaciable curiosidad. Era una mi
el exterior, en el tranquilo aire de la medianoche. Anduvo rada, casi, de pálida sorpresa; los ojos oscuros estaban tan
hacia la esquina, sin pensar en nada en particular. Antes fijos en el mundo que ningún movimiento se les esca
de alcanzarla, sin embargo, aminoró el paso como si de la paba. El vestido de la joven era blanco, y susurraba. A
nada hubiese surgido un viento, como si alguien hubiese Montag casi le pareció oír el movimiento de las manos de
pronunciado su nombre. ella al andar y, luego, el sonido infinitamente pequeño, el
En las últimas noches, había tenido sensaciones incier blanco rumor de su rostro volviéndose cuando descubrió
tas respecto a la acera que quedaba al otro lado de aquella que estaba a pocos pasos de un hombre inmóvil en mitad
esquina, moviéndose a la luz de las estrellas hacia su casa. de la acera, esperando.
Le había parecido que, un momento antes de doblarla, Los árboles, sobre sus cabezas, susurraban al soltar su
allí había habido alguien. El aire parecía lleno de un so lluvia seca. La muchacha se detuvo y dio la impresión de
siego especial, como si alguien hubiese aguardado allí si que iba a retroceder, sorprendida; pero, en lugar de ello,
lenciosamente, y sólo un momento antes de llegar a él se se quedó mirando a Montag con ojos tan oscuros, bri
había limitado a confundirse en una sombra para dejarle llantes y vivos, que él sintió que había dicho algo verda
pasar. Quizá su olfato detectase un débil perfume, tal vez deramente maravilloso. Pero sabía que su boca sólo se
la piel del dorso de sus manos y de su rostro sintiese la había movido para decir adiós, y cuando ella pareció
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elevación de temperatura en aquel punto concreto donde quedar hipnotizada por 1� salamandra bordada en. la
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