Page 15 - Fahrenheit 451
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Constituía un placer especial ver las cosas consumi
das, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la
punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gi
gantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso so
bre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos
eran las de un fantástico director tocando todas las sinfo
nías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y
ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que apa
recía grabado el número 451 bien plantado sobre su impa
sible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaran
jada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió
el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego de
vorador que inflamó el cielo del atardecer con colores ro
jos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un en
jambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como
en el antiguo juego, empujar a un malvavisco hacia la ho
guera, en tanto que los libros, semejantes a palomas alete
antes, morían en el porche y el jardín de la casa; en tanto
que los libros se elevaban convertidos en torbellinos in
candescentes y eran aventados por un aire que el incen
dio ennegrecía.
Montag mostró la fiera sonrisa que hubiera mostrado
cualquier hombre burlado y rechazado por las llamas.
Sabía que, cuando regresase al cuartel de bomberos, se
miraría pestañeando en el espejo: su rostro sería el de un
negro de opereta, tiznado con corcho ahumado. Luego,
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