Page 14 - Fahrenheit 451
P. 14

Constituía un placer  especial  ver las  cosas consumi­
                                                                               das, ver los objetos ennegrecidos y  cambiados.  Con la
                                                                              punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gi­
                                                                               gantesca serpiente escupiendo su  petróleo venenoso so­
                                                                               bre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos
                                                                               eran las de un fantástico director tocando todas las sinfo­
                                                                               nías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y
                                                                               ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que apa­
                                                                               recía grabado el número 451 bien plantado sobre su impa­
                                                                              sible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaran­
                                                                               jada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió
                                                                              el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego de­
                                                                              vorador que inflamó el cielo del atardecer con colores ro­
                                                                              jos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un en­
                                                                              jambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como
                                                                              en el antiguo juego, empujar a un malvavisco hacia la ho­
                                                                              guera, en tanto que los libros, semejantes a palomas alete­
                                                                              antes, morían en el porche y el jardín de la casa; en tanto
                                                                              que los libros se elevaban convertidos en torbellinos in­
                                                                              candescentes y eran aventados por un aire que el incen­
                                                                              dio ennegrecía.
                                                                                 Montag mostró la fiera sonrisa que hubiera mostrado
                                                                              cualquier hombre burlado y rechazado por las llamas.
                                                                                 Sabía que, cuando regresase al cuartel de bomberos, se
                                                                              miraría pestañeando en el espejo:  su rostro sería el de un
                                                                              negro de opereta, tiznado con corcho ahumado.  Luego,

                                                                                                                              13
   9   10   11   12   13   14   15   16   17   18   19