Page 115 - Fahrenheit 451
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Montag sintió que se  volvía y, acercándose a la aber­  Montag registró la casa y encontró los libros que Mil­
 tura que había en la pared, arrojó el libro a las llamas que   dred había escondido apresuradamente detrás del refrige­
 aguardaban.   rador. Faltaban algunos,  y Montag comprendió que ella
 -Tontas  palabras,  tontas y  horribles palabras  que  había iniciado por su cuenta el lento proceso de dispersar
 acaban por herir -dijo Mrs. Bowles-. ¿Por qué querrá   la dinamita que había en su casa, cartucho por cartucho.
 la gente herir al prójimo? Como si no hubiera suficiente   Pero Montag no se sentía  furioso,  sólo  agotado  y  sor­
 maldad  en el mundo, hay que  preocupar a la gente con   prendido de sí mismo. Llevó los libros al patio posterior
 material de este estilo.   y los ocultó en los arbustos contiguos a la verja que daba
 -Clara,  vamos,  Clara -suplicó  Mildred,  tirando de  al callejón. Sólo por aquella noche, pensó, en caso de que
 un brazo-. Vamos, mostrémonos alegres, conecta ahora   ella decida seguir utilizando el fuego.
 la  «familia».  Adelante.  Riamos  y seamos felices. Vamos,   Regresó a la casa.
 deja de llorar, estamos celebrando una reunión.   -¿Mildred?
 -No -dijo Mrs. Bowles-. Me marcho directamente  Llamó a la  puerta  del  oscuro  dormitorio.  No se oía
 a  casa.  Cuando quieras visitar mi casa  y  mi «familia»,   ningún sonido.
 magnífico. ¡Pero no volveré a poner los pies en esta ab­  Fuera, atravesando el césped, mientras se dirigía hacia
 surda casa!   su trabajo,  Montag trató de no ver cuán completamente
 -Váyase a casa. -Montag fijó los ojos en  ella,  sere­  oscura y desierta estaba la casa de Clarisse McClellan ...
 namente-. Váyase a casa y piense en su primer  marido   Mientras se encaminaba  hacia la ciudad,  Montag es­
 divorciado,  en su segundo marido muerto en un reactor   taba  tan completamente embebido en su terrible error
 y en su tercer esposo destrozándose el cerebro. Váyase a   que experimentó la necesidad de una bondad y cordiali­
 casa y piense en eso, y en su maldita cesárea también y en   dad ajena, que nacía de una voz familiar y suave que ha­
 sus hijos,  que la odian profundamente. Váyanse a casa y   blaba en la noche. En aquellas cortas horas le parecía ya
 piensen en cómo ha sucedido todo y en si han hecho al­  que había conocido a Faber toda la vida. Entonces, com­
 guna vez algo para impedirlo.  ¡A casa, a casa!  -vociferó   prendió que él era, en realidad, dos personas, que por en­
 Montag-. Antes de que las derribe de un puñetazo y las   cima de todo era Montag,  quien nada sabía, quien ni si­
 eche a patadas.   quiera se había dado cuenta de que era un tonto,  pero
 Las puertas golpearon  y la casa quedó vacía.  Montag   que lo sospechaba. Y supo que era también el viejo que le
 se quedó solo en la fría habitación,  cuyas paredes tenían   hablaba sin cesar, en tanto que el «Metro» era absorbido
 un color de nieve sucia.   desde un extremo al otro de la ciudad, con uno de aque­
 En el cuarto de baño se oyó agua que corría. Montag   llos prolongados y mareantes sonidos de succión. En los
 escuchó cómo Mildred sacudía en su mano las tabletas de   días subsiguientes, y  en  las  noches  en que no hubiera
 dormir.   luna,  o en las  que brillara con fuerza sobre la tierra, el
 -Tonto, Montag, tonto.  ¡Oh, Dios, qué tonto!  -re­  viejo seguiría hablando incesantemente, palabra por pala­
 petía Faber en su oído.   bra, sílaba por sílaba,  letra por letra. Su  mente acabaría
 -¡Cállese!   por imponerse y ya no sería más Montag, esto era lo que
 Montag se quitó la  bolita  verde  de la  oreja  y se  la   le decía el viejo,  se lo aseguraba,  se lo  prometía. Sería
 guardó en un bolsillo.   Montag  más  Faber,  fuego  más agua.  Y  luego,  un día,
 El aparato crepitó débilmente: « ... Tonto ... tonto ... »   cuando todo hubiese estado listo y preparado en silencio,

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