Page 113 - Fahrenheit 451
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cuán  nervioso  puede  poner  a  uno  esas  cosas,  cuán   En receso, al aliento
 demente. La sorpresa que Guy nos reserva para esta no­  Del viento nocturno, junto al melancólico borde
 che es leernos una muestra que revela lo embrolladas que   De los desnudos guijarros del mundo.
 están las  cosas. Así  pues,  ninguna de nosotras  tendrá
 que preocuparse nunca más acerca de esa basura,  ¿ no es   Los sillones  en  que  se sentaban las tres mujeres  cru-
 verdad?   peron.
 -Diga «sí».  Montag terminó:
 Su boca se movió como la de Faber:
 -Sí.       Oh, amor, seamos sinceros
 Mildred se apoderó del libro, al tiempo que lanzaba   El uno con el otro. Por el mundo que parece
 una carcajada.   Extenderse ante nosotros como una tierra de ensueños,
 -¡Dame!  Lee éste.  No,  ya lo cojo yo.  Aquí está ese   Tan diversa, tan bella, tan nueva,
 verdaderamente divertido  que has leído en voz alca hace   Sin tener en realidad ni alegría, ni amor, ni luz,
 un rato. Amigas, no entenderéis ni una palabra. Sólo dice   Ni certidumbre, ni sosiego,  ni ayuda en el dolor;
 despropósitos. Adelante, Guy, es en esta página.   Y aquí estamos nosotros como en lóbrega llanura,
 Montag miró la página abierta.   Agitados por confusos temores de lucha y de huida,
 Una mosca agitó levemente las alas dentro de su oído.   Donde ignorantes ejércitos se enfrentan cada noche.
 -Lea.
 -¿Cómo se titula?  Mrs. Phelps estaba llorando.
 -Paloma en la playa.  Las otras, en medio del desierto, observaban su llanto
 Tenía la boca insensible.  que iba acentuándose al mismo tiempo que su rostro se
 -Ahora, léelo en voz alta y clara, y hazlo lentamente.  contraía y  deformaba.  Permanecieron sentadas,  sin  to­
 En la sala, hacía un calor sofocante; Montag se sentía  carla, asombradas ante aquel espectáculo. Ella sollozaba
 lleno de fuego, lleno de frialdad; estaban sentados en me­  inconteniblemente. El  propio  Montag  estaba sorpren­
 dio de un desierto vacío, con tres sillas y él en pie, balan­  dido y emocionado.
 ceándose, mientras esperaba a que Mrs. Phelps terminara   -Vamos, vamos -dijo Mildred-. Estás bien, Clara,
 de alisarse  el borde de  su vestido,  y a que Mrs. Bowles   vamos, Clara, deja de llorar. Clara, ¿ qué ocurre?
 apartara los dedos de su cabello. Después, empezó a leer   -Y  o  ... yo -sollozó Mrs.  Phelps-. No lo sé, no lo
 con voz lenta y vacilante, que fue afirmándose a medida   sé, es que no lo sé. ¡Oh, no  ...  !
 que progresaba de línea. Y su voz atravesó un desierto, la   Mrs. Bowles se levantó y miró, furiosa, a Montag.
 blancura,· y rodeó a las tres mujeres sentadas en aquel gi­  -¿Lo ve? Lo sabía, eso era lo que quería demostrar.
 gantesco vacío.   Sabía que había de ocurrir. Siempre lo he dicho, poesía y
          lágrimas, poesía y suicidio y llanto y sentimientos terri­
 El Mar es Fe   bles, poesía y enfermedad.  ¡Cuánta basura! Ahora, acabo
 Estuvo una vez lleno, envolviendo la tierra.   de comprenderlo.  ¡Es usted  muy malo,  Mr.  Montag,  es
 Yacía como los pliegues de un brillante manto dorado.   usted muy malo!
 Pero, ahora, sólo escucho   Faber dijo:
 Su retumbar melancólico, prolongado, lejano,   -Ahora  ...

 IIO                                                     lll
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