Page 117 - Fahrenheit 451
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ya no habría ni fuego ni agua, sino vino. De dos cosas dis­  -¡No, no debe sentirse!  Si no hubiese guerra, si rei­
 tintas y opuestas, una tercera. Y, un día, volvería la cabeza   nara paz en el mundo, diría, estupendo,  divertíos.  Pero,
 para mirar al tonto y lo reconocería. Incluso en aquel mo­  Montag, no debe volver a ser  simplemente un bombero.
 mento percibió el inicio del largo viaje, la despedida, la se­  No todo anda bien en el mundo.
 paración del ser que hasta entonces había sido.   Montag empezó a sudar.
 Era agradable escuchar el  ronroneo  del aparatito,  el   -Montag, ¿me escucha?
 zumbido de mosquito adormilado y el delicado murmu­  -Mis  pies  -dijo  Montag-.  No puedo  moverlos.
 llo de  la  voz del viejo,  primero,  riñéndole  y,  después,   ¡Me  siento  tan  condenadamente  tonto!  ¡Mis  pies  no
 consolándole,  a aquella hora tan avanzada de la noche,   quieren moverse!
 mientras salía del caluroso «Metro» y se dirigía hacia el   -Escuche.  Tranquilícese  -dijo  el  viejo  con  voz
 mundo del cuartel de bomberos.   suave-.  Lo sé,  lo sé. Teme usted cometer  errores.  No
 -¡Lástima,  Montag,  lástima!  No  les hostigues ni  te   tema. De los errores, se puede sacar provecho. ¡Si cuando
 burles de  ellos.  Hasta hace muy poco,  tú  también  has   yo era joven arrojaba mi ignorancia a la cara de la gente!
 sido uno de esos hombres. Están tan confiados que siem­  Me golpeaban con bastones. Pero cuando cumplí los cua­
 pre seguirán así. Pero no  conseguirán escapar. Ellos no   renta años mi romo instrumento había sacado una fina y
 saben que esto  no es más  que un gigantesco y deslum­  aguzada punta.  Si esconde usted su ignorancia, nadie le
 brante meteoro que deja una hermosa estela en el espa­  atacará y  nunca  llegará  a aprender. Ahora mueva esos
 cio, pero que algún día tendrá que producir un impacto.   pies, y directo al cuartel de  bomberos. Seamos gemelos,
 Ellos sólo ven el resplandor, la hermosa estela, lo mismo   ya no estamos nunca solos. No estamos separados en di­
 que la veía usted.   versos  salones  sin  contacto  entre  ambos.  Si  necesita
 »Montag, los viejos que se quedan en casa, cuidando  ayuda cuando Beatty empiece a hacerle preguntas yo es­
 sus delicados huesos, no tienen  derecho a criticar.  Sin   taré sentado aquí, junto a su tímpano, tomando notas.
 embargo, ha estado a punto de estropearlo todo desde el   Montag sintió  que el pie  derecho y,  después, el iz­
 principio.  ¡Cuidado!  Estoy con usted, no lo  olvide. Me   quierdo empezaban a moverse.
 hago cargo de cómo ha ocurrido todo. Debo admitir que   -Viejo-dijo-, quédese conmigo.
 su rabia ciega  me ha  dado nuevo vigor.  ¡Dios  mío,  cuán   El Sabueso  Mecánico no estaba.  Su perrera aparecía
 joven me he sentido!  Pero, ahora  ... Ahora quiero que us­  vacía y en  el cuartel reinaba un silencio total, en tanto
 ted se sienta viejo, quiero que parte de mi cobardía se   que la salamandra anaranjada dormía con la barriga llena
 destile ahora en usted. Las siguientes horas, cuando vea al   de petróleo y las mangueras  lanzallamas  cruzadas  sobre
 capitán Beatty,  manténgase  cerca de él,  déjeme que le   sus flancos.  Montag penetró  en  aquel  silencio,  tocó  la
 oiga, que perciba bien la situación. Nuestra meta es la su­  barra de latón y se deslizó hacia arriba, en la oscuridad,
 pervivencia.  Olvídese de esas pobres,  solas  y estúpidas   volviendo la cabeza para observar la perrera desierta, sin­
 muJeres  ...   tiendo que el corazón  se le aceleraba después, se tran­
 -Creo que hace años que no eran tan desgraciadas  quilizaba, luego, se aceleraba otra vez. Por el  momento,
 -dijo Montag-.  Me ha sorprendido ver llorar a Mrs.  Faber parecía haberse quedado dormido.
 Phelps. Tal vez tengan razón, quizá sea mejor no enfren­  Beatty estaba junto al agujero, esperando, pero de es­
 tarse con los hechos, huir, divertirse. No lo sé. Me siento  paldas, como si no prestara ninguna atención.
 culpable  ...  -Bueno -dijo a los hombres que jugaban a las car-

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