Page 114 - Fahrenheit 451
P. 114

Montag sintió que se  volvía y, acercándose a la aber­             Montag registró la casa y encontró los libros que Mil­
         tura que había en la pared, arrojó el libro a las llamas que       dred había escondido apresuradamente detrás del refrige­
         aguardaban.                                                        rador. Faltaban algunos,  y Montag comprendió que ella
            -Tontas  palabras,  tontas y  horribles palabras  que           había iniciado por su cuenta el lento proceso de dispersar
         acaban por herir -dijo Mrs. Bowles-. ¿Por qué querrá               la dinamita que había en su casa, cartucho por cartucho.
         la gente herir al prójimo? Como si no hubiera suficiente           Pero Montag no se sentía  furioso,  sólo  agotado  y  sor­
         maldad  en el mundo, hay que  preocupar a la gente con             prendido de sí mismo. Llevó los libros al patio posterior
         material de este estilo.                                           y los ocultó en los arbustos contiguos a la verja que daba
            -Clara,  vamos,  Clara -suplicó  Mildred,  tirando de           al callejón. Sólo por aquella noche, pensó, en caso de que
         un brazo-. Vamos, mostrémonos alegres, conecta ahora               ella decida seguir utilizando el fuego.
         la  «familia».  Adelante.  Riamos  y seamos felices. Vamos,           Regresó a la casa.
         deja de llorar, estamos celebrando una reunión.                       -¿Mildred?
            -No -dijo Mrs. Bowles-. Me marcho directamente                     Llamó a la  puerta  del  oscuro  dormitorio.  No se oía
         a  casa.  Cuando quieras visitar mi casa  y  mi «familia»,         ningún sonido.
         magnífico. ¡Pero no volveré a poner los pies en esta ab­              Fuera, atravesando el césped, mientras se dirigía hacia
         surda casa!                                                        su trabajo,  Montag trató de no ver cuán completamente
            -Váyase a casa. -Montag fijó los ojos en  ella,  sere­          oscura y desierta estaba la casa de Clarisse McClellan ...
         namente-. Váyase a casa y piense en su primer  marido                 Mientras se encaminaba  hacia la ciudad,  Montag es­
         divorciado,  en su segundo marido muerto en un reactor             taba  tan completamente embebido en su terrible error
         y en su tercer esposo destrozándose el cerebro. Váyase a           que experimentó la necesidad de una bondad y cordiali­
         casa y piense en eso, y en su maldita cesárea también y en         dad ajena, que nacía de una voz familiar y suave que ha­
         sus hijos,  que la odian profundamente. Váyanse a casa y           blaba en la noche. En aquellas cortas horas le parecía ya
         piensen en cómo ha sucedido todo y en si han hecho al­             que había conocido a Faber toda la vida. Entonces, com­
         guna vez algo para impedirlo.  ¡A casa, a casa!  -vociferó         prendió que él era, en realidad, dos personas, que por en­
         Montag-. Antes de que las derribe de un puñetazo y las             cima de todo era Montag,  quien nada sabía, quien ni si­
         eche a patadas.                                                    quiera se había dado cuenta de que era un tonto,  pero
           Las puertas golpearon  y la casa quedó vacía.  Montag            que lo sospechaba. Y supo que era también el viejo que le
         se quedó solo en la fría habitación,  cuyas paredes tenían         hablaba sin cesar, en tanto que el «Metro» era absorbido
         un color de nieve sucia.                                           desde un extremo al otro de la ciudad, con uno de aque­
           En el cuarto de baño se oyó agua que corría. Montag              llos prolongados y mareantes sonidos de succión. En los
         escuchó cómo Mildred sacudía en su mano las tabletas de            días subsiguientes, y  en  las  noches  en que no hubiera
         dormir.                                                            luna,  o en las  que brillara con fuerza sobre la tierra, el
           -Tonto, Montag, tonto.  ¡Oh, Dios, qué tonto!  -re­              viejo seguiría hablando incesantemente, palabra por pala­
         petía Faber en su oído.                                            bra, sílaba por sílaba,  letra por letra. Su  mente acabaría
           -¡Cállese!                                                       por imponerse y ya no sería más Montag, esto era lo que
           Montag se quitó la  bolita  verde  de la  oreja  y se  la        le decía el viejo,  se lo aseguraba,  se lo  prometía. Sería
        guardó en un bolsillo.                                              Montag  más  Faber,  fuego  más agua.  Y  luego,  un día,
           El aparato crepitó débilmente: « ... Tonto ... tonto ... »       cuando todo hubiese estado listo y preparado en silencio,

           II2                                                                                                             u3
   109   110   111   112   113   114   115   116   117   118   119