Page 108 - Fahrenheit 451
P. 108

nutos de Clara Dove? Bueno, pues se refería a esa mujer               -¡Sabe que no tengo ninguno!  ¡Nadie en su sano jui­
           que ...                                                            cio  los  tendría,  bien  lo  sabe  Dios!  -exclamó  Mrs.
             Montag no habló, y contempló los rostros de las mu­              Phelps, no muy segura de por qué estaba furiosa contra
           jeres, del mismo modo que, en una ocasión, había obser­            aquel hombre.
          vado los rostros  de los sancos  en una extraña  iglesia  en           -Y o no afirmaría tal cosa -dijo Mrs. Bowles-.  He
          que entró siendo  niño.  Los rostros de aquellos muñecos            tenido dos hijos mediante una cesárea. No tiene objeto
          esmaltados  no  significaban nada para él,  pese a que les          pasar tantas molestias por un bebé. El  mundo ha de re­
          hablaba y  pasaba  muchos  ratos  en  aquella  iglesia, tra­        producirse, la raza ha  de seguir adelante.  Además,  hay
          tando de  identificarse con la religión, de  averiguar qué          veces en que salen igualitos a ti, y eso resulta ag adable.
                                                                                                                          :
          era la religión, intentando absorber el suficiente incienso         Con dos cesáreas, estuve lista. Sí, señor. ¡Oh! M1 doctor
          y polvillo del lugar para g ue su sangre se sintiera afectada       dijo que las cesáreas no son  imprescindibles,  que te ía
                                                                                                                               �
          por el significado de aquellos hombres y mujeres desco­             buenas  caderas, que todo iría normalmente, pero yo m­
          loridos, con los ojos de porcelana y los labios rojos como          sistí.
          rubíes. Pero no había nada, nada; era como un paseo por               -Con cesárea o sin ella, los niños resultan ruinosos.
          otra tienda, y su moneda era extraña y no podía utilizarse          Estás completamente loca -dijo Mrs. Phelps.
          allí, y no sentía ninguna emoción, ni siquiera cuando to­             -Tengo a los niños en la escuela nueve días de cada
          caba la madera, el yeso y la arcilla.  Lo mismo le ocurría          diez. Me entiendo con ellos cuando vienen a casa, tres
          entonces, en su propio salón, con aquellas mujeres rebu­            días  al  mes.  No  es  completamente  insoportable.  Los
          llendo en sus butacas bajo la  mirada de  él,  encendiendo          pongo en el «salón» y conecto el televisor. Es como lavar
          cigarrillos, exhalando nubes de humo, tocando sus cabe­             ropa; meto la colada en la máquina y cierro la tapadera.
          lleras descoloridas y  examinando sus enrojecidas uñas              -Mrs.  Bowles rió entre  dientes-.  Son tan  capaces de
          que parecían arder bajo las miradas de él. Los rostros de           besarme como de pegarme una patada.  ¡Gracias a Dios,
          las mujeres fueron poniéndose tensos en el  silencio. Se            yo también sé pegarlas!
          adelantaron en sus asientos al oír el sonido que produjo              Las mujeres rieron sonoramente.
          Moncag cuando tragó el último bocado de comida. Escu­                 Mildred permaneció silenciosa un momento y, luego,
          charon la respiración febril de él.  Las tres vacías paredes        al ver que Montag seguía junto a la puerta, dio una pal­
          del salón eran como pálidos párpados de gigantes dormi­             mada.
          dos, vacíos de sueños. Montag tuvo la impresión de que                -¡Hablemos de política, así Guy estará contento!
          si  tocaba aquellos tres párpados sentiría un ligero sudor            -Me parece estupendo -dijo Mrs.  Bowles-.  V  té
                                                                                                                              �
          salobre en la punta de los dedos. La transpiración fue au­          en las últimas elecciones, como todo el mundo, y lo hice
          mentando con el silencio, así como el temblor no audible            por el presidente Noble. Creo que es u o de los hombres
                                                                                                                 �
                                                                                                                      _
          que rodeaba a las tres mujeres, llenas de tensión. En cual­        más atractivos que han llegado a la prcs1denc1a.
          quier momento, podían lanzar un largo siseo y estallar.               -Pero,  ¿qué me decís del  hombre  que presentaron
            Moncag movió los labios.                                          frente a él?
            -Charlemos.                                                         -No era gran cosa, ¿verdad? Pequeñajo y tímido. No
            Las mujeres dieron un respingo y se le quedaron mi­               iba muy bien afeitado y apenas sabía peinarse.
         rando.                                                                 -¿ Qué idea tuvieron  los  «Outs»  para  presentarlo?
            -¿Cómo están sus hijos, Mrs. Phelps? -preguntó él.               No es posible contender con un hombre tan bajito contra
            ro6
   103   104   105   106   107   108   109   110   111   112   113