Page 105 - Fahrenheit 451
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-Ha empezado ya, al pronunciar esas palabras. Ten
-Todos h ce os lo que debemos hacer -dijo Mon
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tag. Puso la Btbl1a en manos del viejo-. Tome. Correré drá que fiarse de mí.
-¡Me he estado fiando de los demás!
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el nesgo de entregar otro libro. Mañana ... -Sí, y fíjese adónde hemos ido a parar. Durante algún
-Veré al impresor sin trabajo. Sí, eso puedo hacerlo. tiempo, deberá caminar a ciegas. Aquí está mi brazo para
-Buenas noches, profesor.
-No, buenas noches, no. Estaré con usted el resto de guiarle.
la noche, como un insecto que le hostigará el oído -No quiero cambiar de bando y que sólo se me diga
cuando me necesite. Pero, de todos modos, buenas no lo que debo hacer. En tal caso, no habría razón para el
ches y buena suerte. cambio.
La puerta se abrió y se cerró. Montag se encontró otra -¡Es usted muy sensato!
Montag sintió que sus pies le llevaban por la acera ha
vez en la oscura calle, frente al mundo.
cia su casa.
-Siga hablando.
Podía percibirse cómo la guerra se iba gestando aque -¿ Le gustaría que leyese algo? Lo haré para que
lla noche en el cielo. La manera como las nubes desapare pueda recordarlo. Por las noches, sólo duermo cinco ho
ras. No tengo nada que hacer. De modo que, si lo desea,
cí n Y volvían a asomar, y el aspecto de las estrellas, un le leeré durante las noches. Dicen que si alguien te susu
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m1llon de eUas flotando entre las nubes como los discos rra los conocimientos al oído incluso estando dormido,
ene igos, y la sensa ión de que el cielo' podía caer sobre
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la ciudad y convertirla en polvo, mientras la luna esta se retienen.
llaba en fuego rojo; ésa era la sensación que producía la -Sí.
-¡Ahí va! -Muy lejos, en la noche, al otro lado de la
noche. ciudad, el levísimo susurro de una página al volverse-.
Montag salió del «Metro» con el dinero en el bolsillo.
Había visitado el Banco que no cerraba en toda la noche El Libro de Job.
La luna se elevó en el cielo, en tanto que Montag an
gracias a su servicio de cajeros automáticos, y mientra; daba. Sus labios se movían ligerísimamentc.
andaba, escuchaba la radio auricular que llevaba en una
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ore¡a ... «Hemos movilizado a un millón de hombres.
Cons g':1iremos u a rá ida victoria si estalla la guerra ... » Eran las nueve de la noche y estaba tomando una cena
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La mus1ca dommo rap1damente la voz y se apagó des ligera cuando se oyó el ruido de la puerta de la calle y
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pues. Mildred salió corriendo como un nativo que huyera de
-Diez millones de hombres movilizados -susurró la
voz de Faber en el otro oído de Montag-. Pero dice un una erupción del Vesubio. Mrs. Phelps y Mrs. Bowles
millón. Resulta más tranquilizador. entraron por la puerta de la calle y se desvanecieron en la
boca del volcán con «martinis» en sus manos. Montag
-¿Faber? dejó de comer. Eran como un monstruoso candelabro
-Sí. de cristal que produjese un millar de sonidos y Montag
-N? estoy pensando. Sólo hago lo que se me dice,
como siempre. Usted me ha pedido que obtuviera di vio sus sonrisas felinas atravesando las paredes de la casa
nero, y ya lo tengo. Ni siquiera me he parado a medi y cómo chillaban para hacerse oír por encima del estré
pito.
tarlo. ¿Cuándo empezaré a tener iniciativas propias?
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