Page 104 - Fahrenheit 451
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-Ha empezado ya, al pronunciar esas palabras.  Ten­
               -Todos h ce os lo que debemos hacer -dijo Mon­
                         � �
            tag. Puso la Btbl1a en manos del viejo-.  Tome. Correré             drá que fiarse de mí.
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                                                                                  -¡Me he estado fiando de los demás!
            el nesgo de entregar otro libro. Mañana  ...                          -Sí, y fíjese adónde hemos ido a parar.  Durante algún
               -Veré al impresor sin trabajo. Sí, eso puedo hacerlo.            tiempo, deberá caminar a ciegas. Aquí está mi brazo para
               -Buenas noches, profesor.
               -No, buenas noches, no. Estaré con usted el resto de             guiarle.
            la  noche,  como  un  insecto  que  le  hostigará  el  oído           -No quiero cambiar de bando y que sólo se me diga
            cuando me necesite.  Pero, de todos modos, buenas no­               lo que debo hacer. En tal caso, no habría razón para el
            ches y buena suerte.                                                cambio.
               La puerta se abrió y se cerró. Montag se encontró otra             -¡Es usted muy sensato!
                                                                                  Montag sintió que sus pies le llevaban por la acera ha­
            vez en la oscura calle, frente al mundo.
                                                                                cia su casa.
                                                                                  -Siga hablando.
                                                                                  -¿  Le gustaría  que  leyese  algo?  Lo  haré  para  que
               Podía percibirse cómo la guerra se iba gestando aque­
            lla noche en el cielo. La manera como las nubes desapare­           pueda recordarlo. Por las noches, sólo duermo cinco ho­
                                                                                ras. No tengo nada que hacer. De modo que, si lo desea,
            cí n Y volvían a asomar,  y el  aspecto de las estrellas, un        le leeré durante las noches.  Dicen que si alguien te susu­
              �
                _
            m1llon de eUas flotando entre las nubes  como los discos            rra los conocimientos al oído incluso estando dormido,
            ene igos, y la sensa ión de que el cielo' podía caer sobre
               i:n
                              �
            la ciudad y convertirla en polvo, mientras la luna esta­            se retienen.
            llaba en fuego rojo; ésa era la sensación que producía la             -Sí.
                                                                                  -¡Ahí va! -Muy lejos, en la noche, al otro lado de la
            noche.                                                              ciudad, el levísimo  susurro de una página al volverse-.
               Montag salió del «Metro» con el dinero en el bolsillo.
            Había visitado el Banco que no cerraba en toda la noche             El Libro de Job.
                                                                                  La luna se elevó en el cielo, en tanto que Montag an­
            gracias a su servicio de cajeros automáticos, y mientra;            daba. Sus labios se movían ligerísimamentc.
            andaba,  escuchaba la radio auricular que llevaba en  una
               _
            ore¡a  ...  «Hemos movilizado a  un millón de  hombres.
            Cons g':1iremos u a rá ida victoria si estalla la guerra  ...  »      Eran las nueve de la noche y estaba tomando una cena
                 �
                           _ r:
                                 �
                                _
            La mus1ca dommo rap1damente la voz y se apagó des­
                                                                                ligera cuando se oyó el ruido de la puerta de  la calle y
               _
            pues.                                                               Mildred salió corriendo como un nativo que  huyera de
               -Diez millones de hombres movilizados -susurró la
                                                                                una  erupción del  Vesubio.  Mrs.  Phelps y  Mrs.  Bowles
            voz de Faber en el otro oído de Montag-. Pero dice un               entraron por la puerta de la calle y se desvanecieron en la
            millón. Resulta más tranquilizador.                                 boca del  volcán  con  «martinis»  en  sus  manos. Montag
               -¿Faber?                                                         dejó de comer. Eran  como  un  monstruoso candelabro
               -Sí.                                                             de cristal que  produjese un millar de sonidos y Montag
               -N? estoy pensando.  Sólo hago lo que se me dice,
            como  siempre. Usted me ha pedido que obtuviera di­                 vio sus sonrisas felinas atravesando las paredes de la casa
                                                                                y cómo chillaban para hacerse oír por encima del estré­
            nero, y ya lo tengo. Ni siquiera me he parado a medi­               pito.
            tarlo. ¿Cuándo empezaré a tener iniciativas propias?
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