Page 79 - 1984
P. 79
—¿A qué hora sales del trabajo?
—Dieciocho treinta.
—¿Dónde podemos vernos?
—En la Plaza de la Victoria, cerca del Monumento.
—Hay muchas telepantallas allí.
—No importa, porque hay mucha circulación.
—¿Alguna señal?
—No. No te acerques hasta que no me veas entre mucha gente. Y no me
mires. Sigue andando cerca de mí.
—¿A qué hora?
—A las diecinueve.
—Muy bien.
Ampleforth no vio a Winston y se sentó en otra mesa. No volvieron a
hablar y, en lo humanamente posible entre dos personas sentadas una frente a
otra y en la misma mesa, no se miraban. La joven acabó de comer a toda
velocidad y se marchó. Winston se quedó fumando un cigarrillo.
Antes de la hora convenida estaba Winston en la Plaza de la Victoria. Dio
vueltas en torno a la enorme columna en lo alto de la cual la estatua del Gran
Hermano miraba hacia el Sur, hacia los cielos donde había vencido a los
aviones eurasiáticos (pocos años antes, los vencidos fueron los aviones de
Asia Oriental), en la batalla de la Primera Franja Aérea. En la calle de enfrente
había una estatua ecuestre cuyo jinete representaba, según decían, a Oliver
Cromwell. Cinco minutos después de la hora que fijaron, aún no se había
presentado la muchacha. Otra vez le entró a Winston un gran pánico. ¡No
venía! ¡Había cambiado de idea! Se dirigió lentamente hacia el norte de la
plaza y tuvo el placer de identificar la iglesia de San Martín, cuyas campanas
—cuando existían— habían cantado aquello de «me debes tres peniques».
Entonces vio a la chica parada al pie del monumento, leyendo o fingiendo que
leía un cartel arrollado a la columna en espiral. No era prudente acercarse a
ella hasta que se hubiera acumulado más gente. Había telepantallas en todo el
contorno del monumento. Pero en aquel mismo momento se produjo una gran
gritería y el ruido de unos vehículos pesados que venían por la izquierda. De
pronto, todos cruzaron corriendo la plaza. La joven dio la vuelta ágilmente
junto a los leones que formaban la base del monumento y se unió a la
desbandada. Winston la siguió. Al correr, le oyó decir a alguien que un convoy
de prisioneros eurasiáticos pasaba por allí cerca.
Una densa masa de gente bloqueaba el lado sur de la plaza. Winston, que