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Departamento  de  Novela  en  el  edificio  del  Ministerio  y  no  tenía  pretexto

               alguno para ir allí. Si hubiera sabido dónde vivía y a qué hora salía del trabajo,
               se  las  habría  arreglado  para  hacerse  el  encontradizo;  pero  no  era  prudente
               seguirla a casa ya que esto suponía esperarla delante del Ministerio a la salida,
               lo cual llamaría la atención indefectiblemente. En cuanto a mandar una carta
               por correo, sería una locura. Ni siquiera se ocultaba que todas las cartas se

               abrían,  por  lo  cual  casi  nadie  escribía  ya  cartas.  Para  los  mensajes  que  se
               necesitaba  mandar,  había  tarjetas  impresas  con  largas  listas  de  frases  y  se
               escogía la más adecuada borrando las demás. En todo caso, no sólo ignoraba
               la dirección de la muchacha, sino incluso su nombre. Finalmente, decidió que
               el sitio más seguro era la cantina. Si pudiera ocupar una mesa junto a la de ella
               hacia  la  mitad  del  local,  no  demasiado  cerca  de  la  telepantalla  y  con  el
               zumbido de las conversaciones alrededor, le bastaba con treinta segundos para

               ponerse de acuerdo con ella.

                   Durante una semana después, la vida fue para Winston como una pesadilla.
               Al día siguiente, la joven no apareció por la cantina hasta el momento en que
               él  se  marchaba  cuando  ya  había  sonado  la  sirena.  Seguramente,  la  habían
               cambiado a otro turno. Se cruzaron sin mirarse. Al día siguiente, estuvo ella en
               la cantina a la hora de costumbre, pero con otras tres chicas y debajo de una

               telepantalla. Pasaron tres días insoportables para Winston, en que no la vio en
               la  cantina.  Tanto  su  espíritu  como  su  cuerpo  habían  adquirido  una
               hipersensibilidad que casi le imposibilitaba para hablar y moverse. Incluso en
               sueños  no  podía  librarse  por  completo  de  aquella  imagen.  Durante  aquellos
               días no abrió su Diario. El único alivio lo encontraba en el trabajo; entonces
               conseguía olvidarla durante diez minutos seguidos. No tenía ni la menor idea

               de  lo  que  pudiera  haberle  ocurrido  y  no  había  que  pensar  en  hacer  una
               investigación. Quizá la hubieran vaporizado, quizá se hubiera suicidado o, a lo
               mejor, la habían trasladado al otro extremo de Oceanía.

                   La  posibilidad  a  la  vez  mejor  y  peor  de  todas  era  que  la  joven,
               sencillamente, hubiera cambiado de idea y le rehuyera.

                   Pero al día siguiente reapareció. Ya no traía el brazo en cabestrillo; sólo
               una protección de yeso alrededor de la muñeca. El alivio que sintió al verla de

               nuevo fue tan grande que no pudo evitar mirarla directamente durante varios
               segundos. Al día siguiente, casi logró hablar con ella. Cuando Winston llegó a
               la cantina, la encontró sentada a una mesa muy alejada de la pared. Estaba
               completamente sola. Era temprano y había poca gente. La cola avanzó hasta
               que Winston se encontró casi junto al mostrador, pero se detuvo allí unos dos
               minutos a causa de que alguien se quejaba de no haber recibido su pastilla de

               sacarina.  Pero  la  muchacha  seguía  sola  cuando  Winston  tuvo  ya  servida  su
               bandeja  y  avanzaba  hacia  ella.  Lo  hizo  como  por  casualidad  fingiendo  que
               buscaba un sitio más allá de donde se encontraba la joven. Estaban separados
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