Page 41 - 1984
P. 41

sudor. Tenía un enorme poder sudorífico. En el Centro de la Comunidad se

               podía  siempre  asegurar  si  Parsons  había  jugado  al  tenis  de  mesa  por  la
               humedad del mango de la raqueta. Syme sacó una tira de papel en la que había
               una larga columna de palabras y se dedicó a estudiarla con un lápiz tinta entre
               los dedos.

                   —Mira cómo trabaja hasta en la hora de comer —dijo Parsons, guiñándole
               un ojo a Winston—. Eso es lo que se llama aplicación. ¿Qué tienes ahí, chico?

               Seguro que es algo demasiado intelectual para mí. Oye, Smith, te diré por qué
               te andaba buscando, es para la sub. Olvidaste darme el dinero.

                   —¿Qué sub es esa? —dijo Winston buscándose el dinero automáticamente.
               Por  lo  menos  una  cuarta  parte  del  sueldo  de  cada  uno  iba  a  parar  a  las
               subscripciones voluntarias. Estas eran tan abundantes que resultaba muy difícil
               llevar la cuenta.


                   —Para  la  Semana  del  Odio.  Ya  sabes  que  soy  el  tesorero  de  nuestra
               manzana. Estamos haciendo un gran esfuerzo para que nuestro grupo de casas
               aporte  más  que  nadie.  No  será  culpa  mía  si  las  Casas  de  la  Victoria  no
               presentan el mayor despliegue de banderas de toda la calle. Me prometiste dos
               dólares.

                   Winston, después de rebuscar en sus bolsillos, sacó dos billetes grasientos

               y muy arrugados que Parsons metió en una carterita y anotó cuidadosamente.

                   —A propósito, chico —dijo—; me he enterado de que mi crío te disparó
               ayer su tirachinas. Ya le he arreglado las cuentas. Le dije que si lo volvía a
               hacer le quitaría el tirachinas.

                   —Me parece que estaba un poco fastidiado por no haber ido a la ejecución
               —dijo Winston.

                   —Hombre, no está mal; eso demuestra que el muchacho es de fiar. Son

               muy traviesos, pero, eso sí, no piensan más que en los espías; y en la guerra,
               naturalmente.  ¿Sabes  lo  que  hizo  mi  chiquilla  el  sábado  pasado  cuando  su
               tropa fue de excursión a Berkhamstead? La acompañaban otras dos niñas. Las
               tres se separaron de la tropa, dejaron las bicicletas a un lado del camino y se
               pasaron  toda  la  tarde  siguiendo  a  un  desconocido.  No  perdieron  de  vista  al
               hombre durante dos horas, a campo traviesa, por los bosques... En fin, que, en
               cuanto llegaron a Amersham, lo entregaron a las patrullas. —


                   —¿Por qué lo hicieron? —preguntó Winston, sobresaltado a pesar suyo.
               Parsons prosiguió, triunfante:

                   —Mi chica se aseguró de que era un agente enemigo... Probablemente, lo
               dejaron caer con paracaídas. Pero fíjate en el talento de la criatura: ¿en qué
               supones que le conoció al hombre que era un enemigo? Pues notó que llevaba
   36   37   38   39   40   41   42   43   44   45   46