Page 21 - 1984
P. 21
diez minutos. Debía reanudar el trabajo a las catorce y treinta. Qué curioso: las
campanadas de la hora lo reanimaron. Era como un fantasma solitario diciendo
una verdad que nadie oiría nunca. De todos modos, mientras Winston
pronunciara esa verdad, la continuidad no se rompía. La herencia humana no
se continuaba porque uno se hiciera oír sino por el hecho de permanecer
cuerdo. Volvió a la mesa, mojó en tinta su pluma y escribió:
Para el futuro o para el pasado, para la época en que se pueda pensar
libremente, en que los hombres sean distintos unos de otros y no vivan
solitarios... Para cuando la verdad exista y lo que se haya hecho no pueda ser
deshecho:
Desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del
Gran Hermano, la época del doblepensar... ¡muchas felicidades!
Winston comprendía que ya estaba muerto. Le parecía que sólo ahora, en
que empezaba a poder formular sus pensamientos, era cuando había dado el
paso definitivo. Las consecuencias de cada acto van incluidas en el acto
mismo. Escribió El crimental (el crimen de la mente) no implica la muerte; el
crimental es la muerte misma. Al reconocerse ya a sí mismo muerto, se le hizo
imprescindible vivir lo más posible. Tenía manchados de tinta dos dedos de la
mano derecha. Era exactamente uno de esos detalles que le pueden delatar a
uno. Cualquier entrometido del Ministerio (probablemente, una mujer: alguna
como la del cabello color de arena o la muchacha morena del Departamento de
Novela) podía preguntarse por qué habría usado una pluma anticuada y qué
habría escrito... y luego dar el soplo a donde correspondiera. Fue al cuarto de
baño y se frotó cuidadosamente la tinta con el oscuro y rasposo jabón que le
limaba la piel como un papel de lija y resultaba por tanto muy eficaz para su
propósito.
Guardó el Diario en el cajón de la mesita. Era inútil pretender esconderlo;
pero, por lo menos, podía saber si lo habían descubierto o no. Un cabello
sujeto entre las páginas sería demasiado evidente. Por eso, con la yema de un
dedo recogió una partícula de polvo de posible identificación y la depositó
sobre una esquina de la tapa, de donde tendría que caerse si cogían el libro.
CAPÍTULO III
Winston estaba soñando con su madre. Él debía de tener unos diez u once
años cuando su madre murió. Era una mujer alta, estatuaria y más bien
silenciosa, de movimientos pausados y magnífico cabello rubio. A su padre lo
recordaba, más vagamente, como un hombre moreno y delgado, vestido