Page 162 - 1984
P. 162
altura o enterrado a gran profundidad.
Afuera se oía ruido de pesados pasos. La puerta de acero se abrió con
estrépito. Entró un joven oficial, con impecable uniforme negro, una figura
que parecía brillar por todas partes con reluciente cuero y cuyo pálido y severo
rostro era como una máscara de cera. Avanzó unos pasos dentro de la celda y
volvió a salir para ordenar a los guardias que esperaban afuera que hiciesen
entrar al preso que traían. El poeta Ampleforth entró dando tumbos en la
celda. La puerta volvió a cerrarse de golpe.
Ampleforth hizo dos o tres movimientos inseguros como buscando una
salida y luego empezó a pasear arriba y abajo por la celda. Todavía no se había
dado cuenta de la presencia de Winston. Sus turbados ojos miraban la pared un
metro por encima del nivel de la cabeza de Winston. No llevaba zapatos; por
los agujeros de los calcetines le salían los dedos gordos. Llevaba varios días
sin afeitarse y la incipiente barba le daba un aire rufianesco que no le iba bien
a su aspecto larguirucho y débil ni a sus movimientos nerviosos.
Winston salió un poco de su letargo. Tenía que hablarle a Ampleforth
aunque se expusiera al chillido de la telepantalla. Probablemente, Ampleforth
era el que le traía la hoja de afeitar.
—Ampleforth.
La telepantalla no dijo nada. Ampleforth se detuvo, sobresaltado. Su
mirada se concentró unos momentos sobre Winston.
—¡Ah, Smith! —dijo—. ¡También tú!
—¿De qué te acusan?
—Para decirte la verdad... —sentóse embarazosamente en el banco de
enfrente a Winston—. Sólo hay un delito, ¿verdad?
—¿Y tú lo has cometido?
—Por lo visto.
Se llevó una mano a la frente y luego las dos apretándose las sienes en un
esfuerzo por recordar algo.
—Estas cosas suelen ocurrir —empezó vagamente—. A fuerza de pensar
en ello, se me ha ocurrido que pudiera ser... fue desde luego una indiscreción,
lo reconozco. Estábamos preparando una edición definitiva de los poemas de
Kipling. Dejé la palabra Dios al final de un verso. ¡No pude evitarlo! —añadió
casi con indignación, levantando la cara para mirar a Winston—. Era
imposible cambiar ese verso. God (Dios) tenía que rimar con rod. ¿Te das
cuenta de que sólo hay doce rimas para rod en nuestro idioma? Durante
muchos días me he estado arañando el cerebro. Inútil, no había ninguna otra