Page 49 - Historias de Cronopios y Famas
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una tortícolis horrenda. Poco a poco nos  fuimos con­  Los posatigres
 venciendo, y hoy estamos resignados. Nos ayudan nues-.
 tros primos carnales, que aluden a la cuestión con mira­
 das  de  inteligencia  y  dicen  cosas  tales  como:  «Tiene
 razón». ¿Pero por qué? No lo sabemos, y ellos no quie­
 ren explicarnos. Para mí, por ejemplo, estar de espaldas
 me parece comodísimo. todo el cuerpo se apoya en el
 colchón o en las baldosas del patio, uno siente los talo­
 nes, las pantorrillas, los muslos, las nalgas, el lomo, las
 paletas, los brazos y la nuca que se reparten el peso del   Mucho  antes de  llevar nuestra idea  a  la  práctica
 cuerpo y lo difunden, por decir así, en el suelo, lo acer­  sabíamos que el posado de los tigres planteaba un doble
 can tan bien y tan naturalmente a esa superficie que nos   problema, sentimental y moral. El primero no se refería
 atrae vorazmente y parecería querer tragarnos. Es curio­  tanto al posado como al ti e mismo, en la medida en
                                 gr
 so que a mí estar de espaldas me resulte la posición más   que a estos felinos no les agrada que los posen y acuden
 natural, y a veces sospecho q:ue mi tía le tiene horror por   a todas sus energías, que son enorme·s, para resistirse.
 eso. Yo la encuentro perfecta, y creo que en el fondo es   ¿Cabía en esas circunstancias arrostrar la idiosincrasia de
 la más cómoda. Sí, he dicho bien: en el fondo, bien en el   dichos  animales?  Pero  la  pregunta  nos  trasladaba  al
 fondo, de espaldas. Hasta me da un poco de miedo, algo   plano moral, donde toda acción puede ser causa o efec­
 que no consigo  explicar.  Cómo me gustaría ser como   to de esplendor o de infamia. De noche, en nuestra casi­
 ella, y cómo no puedo.   ta de la calle Humboldt, meditábamos frente a los tazo­
        nes de arroz con leche, olvidados de rociarlos con canela
        y  azúcar.  No  estábamos  verdaderamente  seguros  de
        poder posar un tigre, y nos dolía.
            Se decidió por último que posaríamos uno, al solo
        efecto de ver jugar el mecanismo en toda su compleji­
        dad, y que más tarde evaluaríamos los resultados.  No
        hablaré aquí de la obtención del primer tigre:  fue un
        trabajo sutil y penoso, un correr por consulados y dro­
        guerías, una complicada urdimbre de billetes, cartas por
        avión'y  trabajo de diccionario. Una noche mis primos
        llegaron  cubiertos  de  tintura  de  yodo:  era  el  éxito.

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