Page 54 - Historias de Cronopios y Famas
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mismo momento mis tres primas segundas se largan                  han venido desde la calle Humboldt, cinco cuadras con­
         a llorar sin afectación, sin gritos, pero tan conmovedora­        tando desde la esquina, para velar al finado. Los vecinos
         mente que los parientes y vecinos sienten la emulación,           más coherentes empiezan a perder pie, dejan caer a los
         comprenden que no es posible quedarse así descansando             deudos, se van a la cocina a beber grapa y a comentar;
         mientras  extraños  de  la  otra  cuadra  se  afligen  de  tal    al nos parientes,  extenuados por una hora y media de
                                                                            gu
        manera,  y otra  vez se suman a la deploración general,            llanto  sostenido,  duermen  estertorosamente.  Nosotros
        otra vez hay que  hacer sitio en las camas,  apantallar a          nos relevamos en orden, aunque sin dar la impresión de
        señoras ancianas, aflojar el cinturón a viejitos convulsio­        nada preparado; antes de las seis de la mañana somos los
        nados. Mis hermanos y yo esperamos por lo re lar este              dueños indiscutidos del velorio, la mayoría de los veci­
                                                    gu
        momento para entrar en la sala mortuorio y ubicarnos               nos se han ido a dormir a sus casas, los parientes yacen
        junto  al  ataúd.  Por  extraño  que  parezca estamos real­        en  diferentes  posturas  y  grados  de  abotagamiento,  el
        mente afligidos, jamás podemos oír llorar a nuestras her­          alba nace en el patio. A esa hora mis tías organizan enér­
        manas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y            gicos refrigerios en la cocina, bebemos café hirviendo,
        nos recuerde cosas de la infancia, unos campos cerca de            nos miramos brillantemente al cruzarnos en el za án o
                                                                                                                         gu
        Villa  Albertina,  un  tranvía  que  chirriaba  al  tomar  la      los  dormitorios;  tenemos  algo  de  hormigas  yendo  y
        curva en la calle General Rodrí gu ez, en Bánfield, cosas          viniendo, frotándose las antenas al pasar. Cuando llega el
        así, siempre tan tristes. Nos basta ver las manos cruzadas         coche fúnebre las disposiciones están tomadas, mis her­
        del difunto para que el llanto nos arrase de golpe, nos            manas llevan a los parientes a despedirse del finado antes
        obli e a taparnos la cara avergonzados, y somos cinco              del cierre del ataúd, los sostienen y confortan mientras
            gu
        hombres que lloran de verdad en el velorio, mientras los           mis primas  y  mis  hermanos  se van adelantando  hasta
        deudos juntan desesperadamente el aliento para i gu alar­          desalojarlos,  abreviar  el  último adiós y quedars,�  solos
        nos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar            junto al muerto. Rendidos, extraviados, comprendiendo
        que  el  velorio  es de  ellos,  que  solamente  ellos tienen      vagamente pero incapaces de reaccionar,  los deudos se
        derecho a llorar así en esa casa. Pero son pocos, y mien­          dejan llevar y traer, beben cualquier cosa que se les acer­
        ten (eso lo sabemos por mi prima se nda la mayor, y                ca a los labios y responden con vagas protestas inconsis­
                                           gu
        nos da fuerzas). En vano acumulan los hipos y los des­             tentes a las cariñosas solicitudes�de mis primas y herma­
        mayos, inútilmente los vecinos más solidarios los apoyan           nas.  Cuando  es  hora  de  partir y  la casa  está llena  de
        con sus consuelos y reflexiones, llevándolos y trayéndo­           parientes y amigos,  una organización invisible pero sin
        los para que descansen y se reincorporen a la lucha. Mis           brechas decide cada movimiento, el director de la fune­
        padres y mi tío el mayor nos reemplazan ahora, hay algo            raria  acata  las  órdenes  de  mi padre,  la  remoción  del
        que impone respeto en el  dolor de estos ancianos que               ataúd se hace de acuerdo con las indicaciones de mi tío

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