Page 59 - Las Chicas de alambre
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sesión de fotos estoy muy contenta porque he superado la elección: el trabajo ya es mío,
               no he de competir. Pero haciendo fotosesiones te quemas antes: la gente te ve y te asocia
               con una marca, así que no te quieren para otra. En la pasarela, cuanto más te ven, más te
               llaman y te desean.» «Me encanta conocer gente. Es lo mejor.» «Por mi forma de cara,
               trabajo más fuera de Francia que aquí.» «Viajo siempre sola. Eso sí es aburrido. En los
               aeropuertos, aunque vayas normal, los hombres saben que eres modelo y te asaltan.»
               «Nos lo contamos todo, es importante. Un buen trabajo, un mal modisto, un buen
               fotógrafo... Hemos de protegernos unas a otras.» «¿Por qué siempre nos casamos con
               gente mayor, de dinero o famosa? Será porque no se acercan a nosotras chicos normales,
               o porque maduramos demasiado y muy rápido. Creen que somos inaccesibles. Bueno, no
               es mi caso...»
               Cuando llegamos al lugar del desfile, el mundo cambió. En la peluquería todo había sido
               calma dentro de las prisas. Allí ya no hubo ni un segundo de relajamiento. El director
               artístico tomó de nuevo el mando de la tropa. Las vestidoras y costureras se pusieron en
               movimiento. Cada modelo buscó en la zona de boxes el lugar en el que estaba su ropa, su
               pequeño espacio vital. El lugar era largo y angosto, y los vestidos, en los boxes, colgaban
               de las «burras», unos percheros de hierro. Cada «burra» tenía todo el conjunto, incluido
               zapatos, y el número de orden en el desfile. Asimismo, vi que cada modelo pasaba un
               mínimo de tres vestidos. Cinco las más. Las vestidoras, ataviadas de blanco, se colocaron
               al lado de sus modelos, una por cabeza, para ayudarlas en todo. Los peluqueros siguieron
               atendiéndolas, mientras Ivan se instalaba en un mostrador más grande, al lado del acceso
               a la sala de la pasarela. Ya había gente.
               Comenzó  la primera puesta a punto. Las modelos se desnudaron. Sólo algunas se
               pusieron de espaldas o se taparon el pecho, muy pocas. La calidad, belleza y lujo de sus
               ropas interiores rivalizó con la que iban a ponerse. Ahí pude ver, en global y muy de
               pasada por la rapidez con la que lo hacían todo, sus cuerpos, delgados, algunos en exceso,
               como en su día lo fueron los de Vánia, Jess y Cyrille. Nuevas Chicas de Alambre.
               Después, la fantasía de los diseños de Michel de Pontignac tomó el relevó. Gasas de
               colores sin nada debajo, lentejuelas nada discretas, mucha carne al aire libre, mucha piel
               desnuda... Marcia Soubel, que a sus catorce años no podía entrar a ver según qué
               películas, llevaba uno de los más descarados: dos pequeños taponcitos en sus pechos y un
               triángulo entre las piernas, con un tul blanco y transparente por encima. Su madre la
               miraba orgullosa. Al día siguiente el mundo entero la vería así, prácticamente desnuda, y
               nadie diría que se trataba de una menor. Era una modelo.
               —¡Cinco minutos!
               Ya estaban a punto, pero era el momento de los nervios finales. Retoques, ajustes,
               consejos...
               —¡Ya sé que no puedes andar bien! ¡Ya sé que puedes caerte! ¡Pero hazlo, y recuerda:
               pasos cortos, caderas fuera, movimiento! ¡Mucho movimiento para contrarrestar los
               pasos cortos!
               Era Michel de Pontignac, cabello tintado en verde, una camiseta ajustada y dorada, hasta
               un poco más arriba del ombligo, pantalones rojos y zapatos con tacones y alzas de cinco
               centímetros.
               —¡Vamos, vamos, Agatha, que eres la primera!
               ¡En posición!

               Era mi primer ritual. Pero para los demás no y, en cambio... lo mismo que en mí, daba la


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