Page 58 - Las Chicas de alambre
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—Yo te he visto hace unos días en la portada del Bunte. ¿Qué tal?
               Fumaban. Todas fumaban.

               La conversión de Marcia Soubel fue vertiginosa. De niña a mujer en cinco minutos.
               Debía de medir ya metro setenta y cinco o setenta y siete, largas piernas, carita muy
               dulce. Su madre estaba cerca. Lo supe porque llevaba un book de su hija entre las manos,
               dispuesta   a   enseñárselo   al   que   quisiera.   Cuando   se   levantó   de   la   silla,   me   habría
               enamorado; es decir, me enamoró. Le habría echado fácilmente veinte años.
               La conversión del resto de las chicas fue más o menos igual.

               Las dos  que me habían parecido feas se transformaron en dos mujeres sofisticadas y
               elegantes. Las que eran guapas se salieron. Las jóvenes reventaron. No hubo milagro de
               panes y peces, pero sí de exuberancias visuales. En algunas bastaba un pequeño toque
               para potenciar su morbo o producir un estremecimiento. Cuerpos ágiles, formas breves,
               expresión. Mientras ellas crecían, yo menguaba. Comenzaba a entender muchas cosas.
               —¿Te has cambiado la imagen?

               —Sí, ¿te gusta?
               —Te favorece, sí. El corte de pelo es genial.
               —Fue en Nueva York. Tuve un repente.
               Alguna correspondió a mi mirada. No es que fuesen sofisticadas, pero habituadas como
               estaban a los mirones, me devolvían una de total indiferencia. Marcaban distancias.
               Actuaban a la defensiva. Parecían hasta aburridas.
               Y pasaban de todo. El mundo giraba a su alrededor. No al revés.
               Creo que para ellas sólo había alguien superior: el creador que las contrataba y, tal vez, la
               agencia que las tenía en nómina.

               —Te he enviado dos o tres fax...
               —Hace un mes que no voy por casa. Me compraré uno de esos portátiles porque si no...
               Quedaba poco tiempo, pero una a una iban saliendo de la gestación estética o, mejor
               dicho, del reciclado visual. Ellas mismas se maquillaban o se retocaban después. Los
               cinco chicos daban la impresión de vivir ajenos a eso, aunque eran cinco especímenes de
               primera. A su lado, yo era una fotocopia.
               —¡Vámonos... al autocar!
               Las mujeres que habían entrado ya no tenían nada que ver con las que salían. Marcia
               Soubel, como Vania, Cyrille o Jess en su día, brillaba desde sus catorce años de
               esplendidez. Cuando salimos a la calle, el tráfico entró en colapso. Nadie dejó de mirar.
               Los que iban a pie contemplaron el desfile. Los que iban en coche pararon para atender a
               algo   más   prioritario.   Entramos   en   el   autocar,   modelos   y   legión   de   peluqueros   y
               peluqueras armadas con sus aperos de trabajo, y tuve suerte: me senté al lado de una de
               las modelos, solitaria y taciturna. Parecía de las más discretas... si es que algo allí podía
               ser discreto.
               Me presenté y, de camino a la estación del desfile, me contó algunas cosas más. No le
               importó que las anotara. Algunas eran reveladoras:

               «Cuando salgo a la pasarela, puedo comerme el mundo. La timidez y los nervios
               desaparecen.» «La edad no importa. Has de tener ilusión, ganas. Cuando la gente me
               mira y me admira, me siento bien.» «No quería ser modelo, no lo pensé. Pero me lo
               ofrecieron y... ahora me entusiasma.» «Las tops ganan millones y se les suben los humos.
               Yo antes era muy cerrada y ahora soy más abierta. Se madura antes.» «Cuando hago una

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