Page 40 - Las Chicas de alambre
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a un amigo. Por suerte no iba a París, sino a Londres, a ver el concierto de Peter Gabriel.
No abrí la bolsa de mano hasta que el vuelo con destino a Orly estuvo en el aire.
Entonces, sí, saqué la revista, busqué el artículo y le di un rápido vistazo.
Después lo leí. Mamá tenía razón. Era bueno.
En especial, algunos párrafos...
«¿Alguien sabe quién fue la primera auténtica top model de la historia? Probablemente,
no. Se llamaba Evelyn Nesbit, y en 1901 llegó a Nueva York, a los quince años,
acompañada de su inevitable madre —todas tienen una madre celosa y protectora, hasta
que ellas mismas se independizan, cansadas de su celo—. En su ciudad natal, Evelyn
había causado estragos. Se pusiera lo que se pusiera, y la fotografiaran con lo que la
fotografiaran, el resultado era inmediato, y el éxito, seguro. Pese a su temprana edad,
Evelyn Nesbit era un imán. Pero básicamente lo era para los hombres. Podía ser una niña,
pero no lo parecía. A todo aquel que llevara pantalones le provocaba una reacción global,
le atrapaba, le seducía. Así que Nueva York centelleó para la primera Lolita de su
emporio. Joel Fender fue el fotógrafo que la lanzó al estréllate en la ciudad de los
rascacielos, utilizándola como modelo para lucir sombreros, zapatos, vestidos, etc. Los
periódicos publicaron con avidez esas fotos. Pero el público a quien convirtió en una
diosa fue a ella. Fue bautizada como "la modelo más hermosa de Estados Unidos".
También se convirtió en la primera pin-up. Sus fotos eran el secreto oculto de muchos
jóvenes cuando aún no se habían inventado los pósters. El siguiente paso de Evelyn fue el
mundo del espectáculo: corista en el musical Floradors, un pequeño papel en The wild
rose... hasta que aceptó ser la protegida, y amante, de un famoso arquitecto llamado
Stanford White. Evelyn tenía dieciséis años y él cuarenta y siete, además de una esposa.
El escándalo marcó su vida a partir de aquí.
»El modelo Evelyn Nesbit se ha perpetuado desde aquel comienzo de siglo. Hubo
cambios, pero las tops continuaron siendo las reinas. En los años veinte se intentó que
ellas no apartaran la atención del producto que anunciaban. Fue un vano intento. El
diseñador francés Paul Poiret llegó a prohibirle en cierta ocasión a una periodista inglesa
que hablara con una modelo. Le dijo: "No hable con las chicas. ¡Ellas no existen!" Pero sí
existían. A partir de los años cuarenta, el término supermodelo o top model ya comenzó a
ser habitual. Con Cindy Crawford, El rostro, los años ochenta acabaron encumbrando lo
que ya en los sesenta y los setenta era una señal de identidad.»
—¿Es un buen artículo? —oí comentar a una voz a mi lado.
Odio a los pelmas que quieren hablar en los aviones.
—Sorry, I don 't understand —dije, suplicando que no supiera inglés.
No lo sabía.
Volví a mi apasionante lectura.
«¿Qué diferencia a una top de una modelo vulgar? En primer lugar, un halo invisible que
la hace distinta, que enamora al espectador, a la cámara, y que transmite la sutil droga del
deseo. El deseo, sí. Una top ha de tener nervios de acero, ser camaleónica, parecer
siempre distinta aún siendo ella misma, mostrarse vulnerable pero también altiva, y
mezclar sentimientos como la tristeza con la desvergüenza, el carácter de una diosa con la
ternura de una novia. Venden imagen, pero además se venden a sí mismas. Son el sueño
de las mujeres que quieren ser como ellas, y de los hombres que quieren poseerlas. Se
supone que tienen cuerpos perfectos, moldeados por la madre naturaleza en una sutil
combinación de armonía y estallido de los sentidos. Son "productos acabados" al
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