Page 76 - De Victoria para Alejandro
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              dinero hablando en arameo. Victoria había sacado                       La anciana jugueteaba distraída con el ani­
              en consecuencia que su tío Simeón tenía dificulta­             llo. Se lo enseñó.
              des  para  reunir  en  efectivo  los  ciento  cincuenta                -Es hermoso,  ¿verdad? Tu abuelo me lo
              talentos de oro.  Como administrador con plenos                dio el día de los desposorios.  Antes había sido de
              poderes de la hacienda del abuelo desde que éste               mi  hermana,  tu  abuela.  Tal  vez  hubiese  debido
              se fue de Jerusalén, tenía invertido el capital en las         dárselo a  Juana,  como esposa de mi hijo  mayor,
              caravanas que traían mercancías desde más allá de              pero cuando se casó yo todavía tenía marido, aun­
              Arabia.  El  administrador de su padre estaba dis­             que estuviese lejos.  José no se casará nunca y tu
             puesto a aceptar algún plazo siempre que se garan­              madre había muerto lejos. Lo guardé para Miriam,
             tizase con rebaños o con cosechas. Todo muy co­                 pero ahora creo que te lo daré a ti.
             mercial  y  que  hubiese  aburrido  a  Victoria  si  no                 Victoria tomó el anillo. Era un aro ancho
             fuera  por  su  interés  en conseguir la libertad de            de oro con un fino labrado que figuraba hojas de
             Alejandro. Mientras pasaban los días, Victoria ha­              palma.
             bía aprendido a callar y a adaptarse en parte a las                     -Llévalo todavía,  abuela.  Aún falta para
             costumbres judías; aún así, seguían mirándola con               que yo me case.
             recelo.                                                                 -No tanto, hija, no tanto; ya eres mayor
                      Separó la gruesa cortina de vivos colores              para seguir doncella; tu padre no debía haber espe­
             y  entró.  La  sala  estaba  en  penumbra  y  Victoria          rado tanto;  una mujer pierde valor con los años.
             tuvo alguna dificultad para distinguir a la anciana.            Debes alegrarte, esta herencia ha sido muy buena
             Estaba  sentada  sobre  unos  almohadones  y  daba              para ti y los que te quieren han tomado sus dispo­
             vueltas a un anillo entre los dedos.                            siciones en tu favor. Y o me alegro también contigo
                     -¡La  paz  contigo,  abuela!  -sal _u dó  Vic-          y por tu prometido. Os tendré a todos cerca en mi
             toria.                                                          vejez; ¡y tal vez un hijo tuyo tenga los ojos y el pelo
                     -Pasa, hija, pasa; siéntate aquí a mi lado.             de mi hermana!
             Siempre me sorprende verte con esas ropas. ¿Por                         Victoria estaba sentada muy derecha; toda
             qué no te vistes como nosotras?                                 la sangre había escapado de su cara;  estaba muy
                     Victoria se encogió de hombros.                         blanca, como helada.
                     -Son mis vestidos,  abuela.  Para salir me                      -¿Qué estás diciendo? ¿Quién me quiere
             pongo el manto como las mujeres de aquí.  Pero                  casar?
             aquí, en casa, así estoy más cómoda.                                    La anciana sacudió la cabeza.
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