Page 80 - De Victoria para Alejandro
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                    -Algunas jóvenes cristianas no desean to­                        Prisca  tomó  un  manto  de  lana  y,  entre
           mar esposo jamás.                                                lamentos, lo echó sobre Victoria; luego, rezongan­
                    La abuela hizo un gesto como si apartase                do entre dientes, trajo de la cocina un cuenco de
           una mosca.                                                       leche caliente y se la hizo tornar a sorbos, sin dejar
                    -Eso he oído que decía Saulo de Tarso.                  de murmurar:
           No  me  hables  de él;  estaba loco,  embaucó a  mi                       -Niña ... , niña, ¿qué te han hecho? ¡Vámo­
           marido y se lo llevó de casa; ¡me cubrió de vergüen­             nos de  aquí!  ¡ Vámonos a  casa!  Esta gente no es
           za  ante  mi  pueblo!  Además,  eso  son  tonterías.
           ¿Para qué sirve una mujer si no es para tener hijos?             buena;  murmuran  entre  ellos,  no  te  quieren,  te
           Un buen padre no consentirá jamás tener una hija                 censuran;  ellos entregaron al Señor,  degollaron a
          sin  casar.  No  discutamos  más;  estoy  alegre  por             Santiago, el hermano de Juan, azotaron a Pedro y
          vosotros, por Daniel y por ti; habrá que preparar                 a Juan,  asesinaron a pedradas a Esteban y a San­
          tu ajuar.                                                         tiago, el hermano del Señor, ¡y eso que le llamaban
                   -Mi padre debe saberlo.                                  el Justo! Niña,  ¡vámonos de aquí! Tú no necesitas
                                                                             esa herencia, el amo es muy rico.
                   -Naturalmente. Mi hijo José se lo escribi-
                                                                                     Poco a poco, Victoria reaccionó. El color
          rá.  No te preocupes. La dote no se discutirá; esta­
                                                                             volvió  a  su  cara  y  se  sentó,  arropándose  en  el
          mos en familia y todo se arreglará. Esas cosas no
          son competencia de las mujeres.                                    manto. Seguía teniendo frío.
                  -¿Me puedo ir, abuela?
                                                                                     Miriarn le cogió una mano.
                  -Sí, hija; comprendo tu emoción y tu sor-                          -Tienes  las  manos  heladas.  ¿Qué ha pa­
         presa. Que el Señor te bendiga.
                                                                             sado?
                  Victoria nunca supo cómo atravesó el pa­
                                                                                     Victoria  contempló  a  la  niña;  recobraba
         tio y subió la estrecha escalera que conducía a su
                                                                             rápidamente  la  serenidad  y  calculaba  hasta  qué
         habitación.  Como  en  sueños,  se  arrojó sobre  la
                                                                             punto  Miriarn sería una ayuda para el problema
         cama  y  allí  se  quedó,  inmóvil,  sin  enojarse,  sin
                                                                             que  se  le  venía  encima  y  que  todavía  no  sabía
         llorar, temblando, como sacudida por un frío que
         no podía evitar.                                                    evaluar; podían prohibirle salir a la calle, ¡a saber
                                                                             las costumbres de las novias judías! Iba a necesitar
                  Y así la encontró Miriam,  que,  asustada,
         llamó a la vieja Prisca.                                            una amiga en la casa.
                                                                                      -¿Sabes? -la voz le sonaba aguda y raspo-
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