Page 81 - De Victoria para Alejandro
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 -Algunas jóvenes cristianas no desean to­  Prisca  tomó  un  manto  de  lana  y,  entre
 mar esposo jamás.   lamentos, lo echó sobre Victoria; luego, rezongan­
 La abuela hizo un gesto como si apartase   do entre dientes, trajo de la cocina un cuenco de
 una mosca.   leche caliente y se la hizo tornar a sorbos, sin dejar
 -Eso he oído que decía Saulo de Tarso.  de murmurar:
 No  me  hables  de él;  estaba loco,  embaucó a  mi   -Niña ... , niña, ¿qué te han hecho? ¡Vámo­
 marido y se lo llevó de casa; ¡me cubrió de vergüen­  nos de  aquí!  ¡ Vámonos a  casa!  Esta gente no es
 za  ante  mi  pueblo!  Además,  eso  son  tonterías.
 ¿Para qué sirve una mujer si no es para tener hijos?   buena;  murmuran  entre  ellos,  no  te  quieren,  te
 Un buen padre no consentirá jamás tener una hija   censuran;  ellos entregaron al Señor,  degollaron a
 sin  casar.  No  discutamos  más;  estoy  alegre  por   Santiago, el hermano de Juan, azotaron a Pedro y
 vosotros, por Daniel y por ti; habrá que preparar   a Juan,  asesinaron a pedradas a Esteban y a San­
 tu ajuar.   tiago, el hermano del Señor, ¡y eso que le llamaban
 -Mi padre debe saberlo.  el Justo! Niña,  ¡vámonos de aquí! Tú no necesitas
        esa herencia, el amo es muy rico.
 -Naturalmente. Mi hijo José se lo escribi-
                 Poco a poco, Victoria reaccionó. El color
 rá.  No te preocupes. La dote no se discutirá; esta­
        volvió  a  su  cara  y  se  sentó,  arropándose  en  el
 mos en familia y todo se arreglará. Esas cosas no
 son competencia de las mujeres.  manto. Seguía teniendo frío.
 -¿Me puedo ir, abuela?
                 Miriarn le cogió una mano.
 -Sí, hija; comprendo tu emoción y tu sor-  -Tienes  las  manos  heladas.  ¿Qué ha pa­
 presa. Que el Señor te bendiga.
         sado?
 Victoria nunca supo cómo atravesó el pa­
                 Victoria  contempló  a  la  niña;  recobraba
 tio y subió la estrecha escalera que conducía a su
         rápidamente  la  serenidad  y  calculaba  hasta  qué
 habitación.  Como  en  sueños,  se  arrojó sobre  la
         punto  Miriarn sería una ayuda para el problema
 cama  y  allí  se  quedó,  inmóvil,  sin  enojarse,  sin
         que  se  le  venía  encima  y  que  todavía  no  sabía
 llorar, temblando, como sacudida por un frío que
 no podía evitar.   evaluar; podían prohibirle salir a la calle, ¡a saber
         las costumbres de las novias judías! Iba a necesitar
 Y así la encontró Miriam,  que,  asustada,
 llamó a la vieja Prisca.  una amiga en la casa.
                 -¿Sabes? -la voz le sonaba aguda y raspo-
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