Page 64 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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lo que había sufrido, lamió extensameme el dedo  nfeqno.                la tierra mojada en costras blanquecinas. Míster.Jones fue a la
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              -No podía caminar --exclamó, en conclusión.                        chacra, miró el trabajo del día anterior y retomó al rancho. En
               Old no comprendió a qué se.refería. Milk agregó:                  toda esa mañana no hizo nada. Almorzó y subió a dormir la
              -Hay muchos piques.                                                'siesta.
              Esta  vez  el  cachorro  comprendió.  Y  repuso  por  su                Los peones volvieron a las dos a la carpición, no obstan­
          cuenta, después de un largo r'ato:                                     te la hora de fuego, pues los yuyos no dejaban el algodonal.
              -Hay muchos piques.                                                Tras ellos fueron los perros, muy amigos del cultivo desde el
               Uno y otro callaron de nuevo, convencidos.                        invierno  pasado,  cuando aprendieron a disputar  a los halcones
              El sol salió; y en el primer baño de luz, las pavas del            los gusanos blancos que levantaba el arado. Cada perro se
          monte lanzaron al aire puro el tumultuoso trompeteo de su              echó  bajo  un  algodonero, acompañando  con  su  jadeo  los
          charanga. Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los           golpes sordos de la azada.
          ojos, dulcificando su molicie en beato pestañeo. Poco a  oco,               Entretando, el calor crecía. En el paisaje silencioso y
                                                        y
          la pareja aumentó con la llegada de los otr s comp neros:              ericegueciente del sol, el aire vibraba a todos lados, dañando
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          Dick  el taciturno preferido; Prince, cuyo lab10 supenor par­          la vista. La tierra removida exhalaba vaho de horno, que los
          tido �or un coatí dejaba ver los dientes; e Isondú, de nombre          peones soportaban sobre la cabeza, envuelta hasta las orejas en
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          indígena. Los cinco  foxterriers, tendidos y beatos de bienestar,      el flotante pañuelo, con el mutismo de sus trabajos de chacra.
          durmieron.                                                             Los perros cambiaban a cada rato de planta, en procura de más
              Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado ·             fresca  sombra. Tendíanse a  lo  largo, pero la fatiga  los obligaba
          opuesto del bizarro rancho de dos pisos -el inferior de barro·         a sentarse sobre las patas traseras, para respirar mejor.
          y el alto de madera,  con corredores y bara da  de chalet­               · Reverberaba ahora delante de ellos un pequeño páramo
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          habían sentido los pasos de su dueño, que bajaba la esc lera.          de  greda  que  ni  siquiera  se había  intentado  arar.  Allí,  el
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          Míster Jones, la toalla al hombro, se detuvo un momento en la          cachorro vio de pronto a míster J  ones, sentado sobre un tronco,
         esquina del rancho y miró él sol, alto ya. Tenía aún la m rada          que lo miraba fijamente. Old se puso en pie meneando el rabo.
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          muerta y el labio pendiente tras su solitaria velada de whisky,        Los otros levantáronse también, pero erizados.
          más prolongada que las habituales.                                         -Es  el patrón -dijo el cachorro,  sorprendido de la
              Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatea­         actitud de aquéllos.
          ron las botas, meneando con pereza el rabo. Como las fi'eras               -No, no es él -replicó Dick.
          amaestradas, los perros conocen el menor indicio de bon'ache­              Los cuatro perros estaba apiñados gruñendo sordamen­
          ra en su  amo. Alejáronse con lentitud a echarse de nuevo al  sol.    te, sin apartar los ojos de  míster Jones, que continuaba inmóvil
          Pero el calor creciente les hizo presto abandonar aquél,  -por.la     mirándolos. El  cachorro, incrédulo, fue a a_vanzar, pero Prince
          sombra de los corredores.                                             le mostró los dientes.
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              El día avanzaba igual a los  precedentes de todo ese· m�s:
         seco, límpido, con catorce horas de sol calcinante, que par cfa             El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al grupo.
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         mantener el cielo en fusión y que en un instante resquebrajaba
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