Page 60 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió él solo a Tacurú-Pucú y se decidió a pedir ayuda a su compadre
en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno. Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
-¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa
caña! brasileña y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por
-¡Pe o es caña, Paulino ! -protestó la mujer, la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto,
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espantada. quedó tendido de pecho.
-¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo! -¡Al ves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. en vano.
El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada -¡Compadre :Alves! ¡No me niegue este favor! -
en la garganta. clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el si Iencio de
-Bueno; esto se pone feo ... -murmuró entonces, la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para
mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso: Sobre la llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la
honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una llevó velozmente a la deriva.
monstruosa morcilla. El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya,
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente
relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto
de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados,
par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo detrás, siempre la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río
mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de arremolinado se precipita en incensantes borbollones de agua
palo. fangosa. El paisaje es agresivo y reina en él un silencio de
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma
la costa, subió en su canoa. Sentóse en 'la popa y comenzó a cobra una majestad única.
palear hasta el centro del Paraná. Allí, la corriente del río, que El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en
en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto,
antes de cinco horas a Tacurú-Pucú. con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía y su pecho,
hasta el medio del río; pero allí sus manos ·donnidas dejaron caer libre ya, se abría en lenta inspiración.
la pala en la canoa y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba
-dirigió una mirada al sol que ya trasponía el m011te. casi bien y, aunque no tenía fuerzas para mover la mano,
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó
defonne y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre El bienestar avanzaba y con él una somnolencia llena de
desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni el vientre.
doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar ¿ Viviría aún su compadre Gaona en Tucurú-Pucú? Acaso
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