Page 62 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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viera también a su ex patrón, míster Dougald, y al recibidor del                      LA INSOLACIÓN
           obraje.
               ¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en
          pantalla de oro y el río se había coloreado también. Desde la
          costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre
          el río su frescura crepuscular en penetrantes efluvios de azahar        El cachorro Old salió por la puerta y atravesó el patio con paso
          y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y             recto y perezoso. Se detuvo en la linde del pasto; entrecerrando
          en silencio hacia el Paraguay.                                         los ojos, estiró al monte la nariz vibrátil y se sentó tranquilo.
               Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba veloz­         Veía la monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de
          mente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un          campo y monte, monte y campo, sin más color que el crema del
          remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez meJor,          pasto  y  el negro del monte. Éste  cerraba  el  horizonte,  a
          y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin           doscientos metros, por tres lados de la chacra. Hacia el oeste,
          ver a su ex patrón Dougald. ¿ Tres aflos? Tal vez no tanto. ¿Dos       el campo  se  ensanchaba  y  extendía  en  abra,  pero  que  la
          aflos y nueve meses? Acaso. ¿ Ocho meses y medio? Eso sí, de           ineludible línea sombría enmarcaba a lo lejos.  A esa hora
          seguro.                                                                temprana, el confín, ofuscante de luz a mediodía, adquiría
               De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué           reposada nitidez. No había una nube ni un soplo de viento.
          sería? Y la respiración ...                                            Bajo la calma del cielo plateado, el campo emanaba tónica
               Al recibidor de maderas de míster Dougald, Lorenzo                frescura que traía al alma pensativa, ante la certeza de otro día
          Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes              de seca, melancolías de mejor compensado trabajo.
          santo ... ¿ Viernes? Sí, o jueves ...                                       Milk, el padre del cachorro, cruzó a su vez el patio y se
               El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.                 sentó a su lado con perezoso quejido de bienestar. Ambos
               -Un jueves ...                                                    permanecían inmóviles, pues aún no había moscas.
               Y cesó de respirar.                                                    Old, que miraba hacía rato la vera del monte, observó:
                                                                                      -La maflana es fresca.
                                                                                      Milk siguió la mirada del cachorro y quedó con la vista
                                                                                 fija, parpadeando distraído. Después de un rato dijo:
                                                                                      -En aquel árbol hay dos halcones.
                                                                                      Volvieron la vista indiferente a un buey que pasaba, y
                                                                                 continuaron mirando por costumbre las cosas.
                                                                                      Entretanto,  el  oriente  comenzaba  a  empurpurarse en
                                                                                 abanico, y el horizonte había perdido ya su matinal precisión.
                                                                                 Milk cruzó las patas delanteras y al hacerlo sintió leve dolor.
                                                                                 Miró sus dedos sin moverse, decidiéndose por fin a olfatear­
                                                                                 los. El día anterior se había sacado un pique, y en recuerdo de

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