Page 61 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió   él solo a Tacurú-Pucú y se decidió a pedir ayuda a su compadre
 en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.   Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
 -¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame   La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa
 caña!     brasileña y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por
 -¡Pe o  es  caña,  Paulino !  -protestó  la  mujer,   la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto,
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 espantada.   quedó tendido de pecho.
 -¡No, me diste agua!  ¡Quiero caña, te digo!   -¡Al ves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído
 La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana.   en vano.
 El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada   -¡Compadre :Alves!  ¡No  me  niegue  este  favor!  -
 en la garganta.   clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el si Iencio de
 -Bueno;  esto  se  pone feo ...  -murmuró  entonces,  la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para
 mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso: Sobre la   llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la
 honda ligadura del pañuelo,  la carne desbordaba como una   llevó velozmente a la deriva.
 monstruosa morcilla.   El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya,
 Los  dolores fulgurantes se  sucedían en  continuos   cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente
 relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad   el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto
 de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la   asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados,
 par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo   detrás, siempre la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río
 mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de   arremolinado se precipita en incensantes borbollones de agua
 palo.     fangosa. El paisaje es agresivo y reina en él un silencio de
 Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta   muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma
 la costa, subió en su canoa. Sentóse en 'la popa y comenzó a   cobra una majestad única.
 palear hasta el centro del Paraná. Allí, la corriente del río, que   El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en
 en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría   el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto,
 antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.   con  asombro,  enderezó  pesadamente  la cabeza:  se  sentía
 El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar   mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía y su pecho,
 hasta el medio del río; pero allí sus manos ·donnidas dejaron caer   libre ya, se abría en lenta inspiración.
 la pala en la canoa y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez   El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba
 -dirigió una mirada al sol que ya trasponía el m011te.   casi bien y,  aunque no tenía fuerzas para mover la mano,
 La pierna entera, hasta medio  muslo, era ya un bloque   contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó
 defonne y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la   que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
 ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre   El bienestar avanzaba y con él una somnolencia llena de
 desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente   recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni el vientre.
 doloroso.  El  hombre pensó  que  no podría  jamás  llegar   ¿ Viviría aún  su compadre Gaona  en Tucurú-Pucú? Acaso

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