Page 59 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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deshacer_ la  cama,  sola ya,  miró  un  rato extrañada el   A LA DERIVA
 almohadón.
 -¡Señor!  -llamó a Jordán en  voz  baja-.  En el
 almohadón hay manchas que parecen de sangre.
 Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre él. En
 efecto,  sobre la funda, a ambos lados del hueco que había   El hombre.pisó algo blanduzco y enseguida sintió la mordedu­
 dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.   ra  en el  pie. Saltó adelante y, al volverse con un juramento, vio
 -Parecen picaduras -murmuró la sirvienta, después  una yararacusú, que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro
 de un rato de inmóvil observación.   ataque.
 -Levántelo a la luz -le dijo Jordán.  El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos
 La sirvienta lo levantó; pero enseguida lo dejó caer, y  gotitas  de  sangre  engrosaban  dificultosamente,  y  sacó  el
 se quedó mirándolo, lívida y temblando. Sin saber por qué,   machete de la cintura. La víbora vio la amenaza y hundió más
 Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.   la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete
 -¿Qué hay?-murmuró, con la voz ronca.  cayó en el lomo, dislocándole las vértebras.
 -Pesa  mucho-articuló la sirvienta, sin  dejar de temblar.  El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas
 Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron  de sangre y durante un instante contempló. Un dolor agudo
 con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó la funda y   nacía de los dos puntitos violetas y comenzaba a invadir todo
 envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta
 dio un grito de horror con toda Ja boca abierta, llevándose las   su pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y
 manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas,   siguió por la picada hacia su rancho.
 moviendo  lentamente  las patas  velludas,  había un animal   El dolor en su pie aumentaba, con sensación de tirante
 monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado,   abultamiento, y de  pronto el  hombre sintió dos o  tres  fulgurantes
 que apenas se le pronunciaba la boca.   puntadas que, como relámpagos,  habían irradiado desde la
 Noche tras noche, desde que Alicia había caído en cama,   herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con
 había  aplicado sigilosamente su boca  -su trompa, mejor dicho-­  dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed
 a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era   quemante, le arrancó un nuevo juramento.
 casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón sin duda   Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda
 había impedido al principio su desarrollo; pero desde que la joven   de un trapiche. Los dos puntitos violetas desaparecieron ahora
 no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en   en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía
 cinco noches, había el monstruo vaciado a Alicia.   adelgazada y a punto de ceder, de tensa. El hombre quiso
 Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio ha­  llamar a su mujer y la voz se quebró en un ronco arrastre de
 bitual, llegan a adquirir, en ciertas condiciones, proporciones   garganta reseca. La sed lo devoraba.
 enormes. La sangre humana parece serles particularmente fa­  -¡Dorotea!-alcanzó a l anzaren un estertor-. ¡Dame
 vorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.   caña!

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