Page 51 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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-Bueno,  es  que  me olvido. ¡Se acabó!  No lo hago a  apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que  matara una
 propósito.   gallina.
 Ella se sonrió, desdeñosa:   El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco.
 -¡No,  no te creo tanto!   De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al
 -Ni yo,jamás,  te hubiera creído tanto a ti  ... ¡Tisiquilla!  animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendi­
 - ue. ¿  ue   "'   ?   do de  su madre este buen modo de conservar frescura a la
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 -¡Nada!   carne), aquélla creyó sentir algo como respiración  �ras sí.
 -¡Sí, te oí algo! Mira:  ¡No sé lo que dijiste; pero te   Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados
 juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que   uno a otro,  mirando estupefactos la operación. Rojo  ...  , rojo  ...
 has tenido tú!   -¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
 Mazzini se puso pálido.   Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡  Y ni aun
 -¡Al fin!  -murmuró, con los dientes apretados-.   en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquista­
 ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!   da, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente,
 -¡Sí, víbora,  sí!  ¡Pero yo he tenido padres sanos,   cuanto más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija,
 ¿oyes? ¡Sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera   más irritado era su humor con los monstruos.
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 tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Ésos son hijos tuyos,   -¡ ue salgan, María! ¡Échelos!, le digo.
 los cuatro tuyos!   Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente em­
 Mazzini explotó a su vez.   pujadas, fueron a dar a su banco.
 -¡Víbora tísica! ¡Eso es lo que te dije,  lo que quiero   Después de almorzar,  salieron todos. La sirvienta fue a
 decir! ¡Pregúntale,  pregúntale al médico quién tiene la mayor   Buenos Aires y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar
 culpa de la meningitis de tus hijos:  mi padre o tu pulmón   el so1, volvieron; pero Berta quiso saludar un momento a sus
 picado, víbora!   vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.
 Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que   Entretanto, los  idiotas  no se habían movido  en lodo el día
 un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la   de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco,  comenzaba a
 una de la mañana, la ligera indigestión había desaparecido. Y   hundirse,  y  ellos  continuaban  mirando  los  ladrillos, más
 como pasa siempre con todos los matrimonios jóvenes que se   inertes que nunca.
 han amado con intensidad,  una vez siquiera,  la reconciliación   De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco.
 llegó, tanto más efusiva cuanto infames fueran los agravios.   Su hermana,  cansada de cinco horas paternales, quería obser­
 Amaneció un  espléndido día, y  mientras Berta se   var por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa
 levantaba, escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada   la cresta. Quería trepar,  eso no ofrecía duda. Al fin decidióse
 tenían,  sin duda,  gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo   por  una  silla  sin  fondo, pero  aún  no  alcanzaba.  Recurrió
 rato y ella lloró con desesperación, pero sin que ninguno se   entonces a un  cajón de querosén, y su instinto topográfico
 atreviera a decir palabra.   hízole colocar vertical el mueble. Con lo cual triunfó.
 A  las diez decidieron salir,  después de almorzar. Como   Los cuatro idiotas, la mirada indiferente,  vieron cómo su


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