Page 52 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo            fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de
          en  puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco,       sangre. Empujó con violencia la puerta entornada y lanzó un
          entre sus manos  tirantes.  Viéronla mirar  a  todos  lados,  y        grito d� horror.
          buscar apoyo con el pie para alzarse más.                                  Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír
               Pero ,ta  mirada de los idiotas se había animado;  una            el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con
          misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban:         otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la
          los ojos de su hermana, mientras creciente sensación de gula           muerte, se interpuso, conteniéndola:
          bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente                 -¡No entres!  ¡No entres!
          avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que, habiendo logrado.                Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre.
          calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse segura­              Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza, y hundirse
          mente del otro lado, sintióse cogida de una pierna. Debajo de          a lo largo de su marido con un ronco suspiro.
          ella, los ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
              -¡Soltáme!  ¡Dejáme!  -gritó,  sacudiendo la pierna.
         Pero fue atraída.
              -¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! -lloró imperio­
         samente.  Trató  aún  de  sujetarse  del  borde,  pero  sintióse
         arrancada y cayó.
              -Mamá, j ay! Ma  .. -No pudo gritar más. Uno de ellos
                                   ..
         le  apretó  el  cuello,  apartando  los  bucles  como  si  fueran
         plumas, y los otros la arrastrarán de una sola pierna hasta la
         cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina,
         bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.
              Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su
         hija.
              -Me parece que te llama -le dijo a Berta.
              Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más.
              Con todo, un momento después se despidieron, y mien-
         tras Berta iba a dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio:
              -¡Bertita!
              Nadie respondió.
              -¡Bertita! -alzó más la voz, ya alterada.
              Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre
         aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.
              -¡Mi hija, mi hija! -corrió ya desesperado hacia el

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